Por Daniel Cholakian
Un festival de cine también puede conocerse desde arriba de un auto. No porque en las Tres Fronteras se haya instalado un autocine -sería la única opción que falta- sino porque subiendo y bajando del auto en que Juan Palomino y Daniel Valenzuela se mueven entre una sede y la otra, y de allí a un hotel a buscar a un invitado o a una oficina a solucionar algún inconveniente, se puede conocer el trabajo intenso que desarrolla cada uno de los miembros que componen el pequeño equipo de producción del festival. Sin choferes, sin cadetes, con una permanente disposición y un entrañable buen humor todos ellos se multiplican para acompañar cada presentación por modesta que sea, para facilitar cada entrevista, para garantizar cada proyección y hasta para controlar la temperatura del aire acondicionado en las salas, porque las carpas están en óptimas condiciones para ver cine.
Mientras se mantienen las salas llenas y aún queda mucho para ver, con excepción de La Salada y Sigo siendo, el resto de las películas sin estrenar comercialmente en nuestro país no se han destacado sino por momentos, particularidades, búsquedas.
Sigo siendo (Kachkaniraqmi) del realizador peruano Javier Corcuera, es un recorrido profundo por Perú, sus rostros, sus espacios, sus lenguas y su música -que funciona como articuladora-. Lejos de ser una película musical y aún cuando la trama se organiza alrededor del acompañamiento que la cámara hace a diferentes músicos que “siguen siendo” quienes originalmente fueron, lo trascendente es la recuperación de la esencia plurinacional, pluriétnica, pluricultural de Perú. Lejos de mostrar lo oculto como pieza antropológica en el sentido de lo diferente, lo que produce Corcuera es un encuentro, un recorrido de múltiples entradas y fugas. La película es de una belleza plástica insoslayable. La reconstrucción de la identidad a través de los colores -porque esos colores son los que desde la tierra recoge cada cultura- es el corazón del trabajo meticuloso de la imagen. La complejidad de este Perú plurinacional, aún cuando el modelo occidental siga negando esta conformación milenaria, está en la película de Javier Corcuera. Sigue estando.
Por el lado de la ficción, y desde la propia tierra misionera, llega la opera prima de Belén Bianco No hay tierra sin mal. A pesar de ser la única película misionera en la competencia de ficción, la formación de su realizadora en la Universidad del cine porteña se nota. Cruce entre el cine de jóvenes burgueses y la mirada crítica sobre las familias de estos sectores sociales en el interior del país -remitiendo a Lucrecia Martel, entre otros ejemplos- la película de Bianco no depara sorpresas y presenta algunos momentos logrados así como otros muy poco felices. Ana es una joven que tardíamente encuentra su despertar sexual, reprimido por una familia católica y controladora. Silvita, la mucama que trabaja en su casa es una puerta hacia el conocimiento de la sexualidad, mientras sus amigas otra diferente. Entre ellos, Anita tensa su represión y su deseo de no crecer. Crecer implica también un mundo exterior amenazante: el alcohol, el sexo y la muerte. Todas situaciones que prefiere no enfrentar todavía.
Al cerrar la nota corro a presenciar la proyección de La muerte de Jaime Roldós, a priori un más que interesante documental ecuatoriano y probablemente Pichuco de Martín Turnes. Pero uno nunca sabe, el festival de la tierra colorada es una sorpresa. Esperemos que siga siendo.
Viviendo @Cine3F desde arriba de un auto http://t.co/BkMftpy5Sr De paso recomiendo alguna peli #SigoSiendo #Kachkaniraqmi
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