Título original: All Is Lost
Origen: EE.UU.
Dirección: J.C. Chandor
Guión: J.C. Chandor
Intérprete: Robert Redford
Fotografía: Frank G. DeMarco, Peter Zuccarini
Montaje: Pete Beaudreau
Música: Alex Ebert
Duración: 106 minutos
Año: 2013
Compañía editora: TVE
7 puntos
Apuestas de riesgo
Por Rodrigo Seijas
Extraño camino el que está siguiendo J.C. Chandor en su filmografía. Su ópera prima, El precio de la codicia, era una crítica exploración a lo que fueron las horas previas al estallido de la crisis financiera, con un elencazo: Kevin Spacey, Paul Bettany, Jeremy Irons, Stanley Tucci, Zachary Quinto y Demi Moore, entre otros. Era -dejando un poco de lado sus méritos, que eran unos cuantos- en cierto modo una apuesta segura, no sólo por los nombres que lo integraban, sino también porque giraba en torno a un tema capaz de interpelar a un sector del público de características bienpensantes, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Su nominación al Oscar como mejor guión original y su capacidad para conseguir distribución en muchos mercados a pesar de ser una película independiente certifican esto. Pero con su siguiente película, Todo está perdido, Chandor da un volantazo y apuesta fuerte en una jugada de mucho riesgo, posicionando a un único protagonista en una historia que ya indica mucho a partir de su título.
El protagonista en cuestión (denominado por el guión como “Nuestro Hombre”) es Robert Redford, como un solitario navegante que, luego de que su bote choca contra un container que estaba flotando en el mar, queda prácticamente a la deriva y con sus chances de supervivencia cada vez más reducidas. Al personaje sólo se le escucha pronunciar un breve monólogo en voz over al comienzo de la película, para luego permanecer casi en completo silencio a lo largo de los 100 minutos siguientes. Este silencio jamás es forzado y nunca carece de verosimilitud porque es funcional a la construcción de un personaje que intuimos no sólo espacial sino afectivamente distanciado de la sociedad. En esa ausencia de palabras hay también un discurso, potente por cierto, que se complementa con los sonidos que parten del contexto marítimo, una puesta en escena que alterna con fluidez entre lo paisajístico y la cercanía con el cuerpo del personaje principal.
La apuesta de Todo está perdido es muy alta -bastante más que Náufrago y Gravedad, por citar dos ejemplos de historias de personajes a la deriva-, no sólo por la estructura de su narración, que reduce al mínimo los sucesos (de hecho, el guión sólo tiene 32 páginas), sino también por el actor que elige para cargar con todo el peso del relato. Lo de Redford está realmente muy bien, ya que además de salirse de sus típicos papeles políticos, alejándose de los mensajes sociales y centrándose en una odisea particular, es capaz de aportarle nobleza y hasta complejidad a un personaje diseñado en base a breves trazos. Y aunque es cierto que el final traiciona en buena medida lo desarrollado previamente, no borra el tono entre desolador y melancólico que atraviesa todo el film.
En su aparente giro de 180 grados, pasando de la coralidad y el retrato político de El precio de la codicia al minimalismo y la fisicidad de Todo está perdido, no deja de haber una continuidad en el cine de Chandor, quien sigue interesado por sucesos y personas influenciados por variables espacio-temporales muy específicas. Esto promete continuarse en su próximo film, A most violent year, situado en Nueva York en el invierno de 1981, uno de los años más violentos de la historia de la ciudad. Y sí, Chandor, a quien todavía le falta concretar una gran película, promete en base a sus apuestas.
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