
Por Rodrigo Seijas y Mex Faliero
–GAME OF THRONES: primero los personajes
Ya hay varios que lo vienen diciendo desde hace un rato largo, pero no viene mal volver a remarcarlo: esta adaptación de la serie de novelas de George R.R. Martin encuentra sus principales méritos no tanto en los momentos de acción y épica, sino en el desarrollo de sus personajes. Por suerte, los personajes que aparecen son un montón y la mayor parte de su narración está dedicada a las diversas tensiones, vínculos y juegos de poder entre los sujetos que habitan la mítica tierra de Westeros. Eso no significa que no importen la puesta en escena de las batallas y peleas, sino todo lo contrario. Simplemente hay una consciencia muy fuerte de que para que al espectador le importen los instantes de vida o muerte, le tienen que interesar los personajes que están entre la vida y la muerte. En cierto modo, comparte una concepción estructural de lo que debe ser una temporada con Boardwalk Empire (no tan casualmente otra serie emitida por HBO): hay una construcción paciente de las tramas y subtramas durante el ochenta por ciento de los episodios emitidos durante cada año, hasta desembocar en un par de capítulos donde todo vuela por los aires, sentando asimismo las bases para lo que viene. Teniendo como base esto, debe aclararse lo siguiente: si la monumental batalla de Blackwater, correspondiente al capítulo 9 de la segunda temporada supo impactar, fue en buena medida porque nos atraían las convicciones y dilemas de ambos bandos, que habían sido expuestos en abundancia pero sin redundar, algo que no sucedió al mismo nivel con los ejércitos en pugna durante la batalla del Muro, correspondiente al noveno episodio de esta última temporada. Allí faltó mayor desarrollo y profundidad, aunque no faltó atractivo. Lo que sí destacó con creces fue el riesgo tomado con personajes como el de Daenerys, quien se ve obligada a detener su afán conquistador para esa tarea tan complicada como burocrática llamada gobernar; la combinación de sutileza con crudeza para exponer las internas familiares con, por ejemplo, los Lannister (quienes siempre pagan sus deudas, principalmente con su propia sangre); la habilidad para jugar con subgéneros como la road-movie, como en el caso de la historia de Arya Stark y Sandor “Sabueso” Clegane, quienes prosiguen juntos un viaje cargado de ambigüedad en el vínculo que entablan; y la pericia para desarrollar estupendos personajes, como Oberyn Martell, en apenas un par de trazos. Muchos podrán decir que hay un plus a favor cuando se toma una obra literaria como soporte, pero para quien escribe, sin haber leído los libros, hay indudablemente una gran capacidad en el equipo creativo encabezado por David Benioff y D.B. Weiss para configurar un universo audiovisual, prácticamente cinematográfico, que respira con vida propia. Las perspectivas a futuro son realmente excelentes.
La creación de Bryan Fuller, basada en el universo literario de Thomas Harris, con varias referencias a las adaptaciones cinematográficas, convierte en virtud lo que otras series defecto. Estamos hablando del riesgo casi permanente en que se zambulle. Y esto ya va más allá de repensar el personaje de Hannibal Lecter y su vínculo con otras figuras emblemáticas como Will Graham o Jack Crawford. En esta segunda temporada se dejó casi complemente de lado el esquema del procedural, centrado en la persecución del “asesino serial de la semana”, para focalizarse casi por completo en el juego de gato y ratón entre Hannibal y Will, donde nunca queda claro quién es el gato y quién el ratón. Fuller y su equipo (conformado asimismo por directores como David Slade, Tim Hunter, Peter Medak y Vincenzo Natali, todos en la mejor de sus formas) supieron sostener la tensión y el suspenso no sólo a través de la dosificación de la información que se le daba al público –que en algunas ocasiones sabía más que los protagonistas y en otras mucho menos-, sino también a través de una puesta en escena donde la regla es la desestabilización absoluta, en la que es difícil definir las perspectivas y hasta la verosimilitud de lo que se está viendo. Muchos de los capítulos de este segundo año pueden verse como angustiantes pesadillas de 43 minutos, donde es difícil sentir simpatía por los motivos o métodos de cada uno de los personajes, pero que no expulsan sino que arrastran al espectador hasta lo más profundo de sus diversas tramas. Y eso que hubo muchas escenas de una violencia inusitada, no sólo para la televisión abierta –el show se emite por NBC- sino también para el cable: la cumbre parecía haberse presentado en el episodio 12, Tome-wan, con Mason Verger (Michael Pitt en una actuación casi desopilante) “retocando” su rostro de una forma casi repelente. Pero no, la cima llegó en el último episodio, Mizumono, con un final tan sorpresivo como impactante, repleto de una sanguinaria poética. Hannibal, que parece haber llegado a una instancia donde no le quedará otra que volver a foja cero, es precisamente eso: la poesía hecha sangre.
-THE WALKING DEAD: buscando un destino
Habría que preguntarse seriamente para qué demonios estuvieron los primeros cinco capítulos de la cuarta temporada, donde el relato parecía no ir hacia ningún lado, sólo sostenido por el carisma de Hershel, un personaje que siempre bordeaba el didactismo, pero que a la vez impactaba con su nobleza y coherencia. Esos más de doscientos minutos dedicados a contar cómo el grupo de sobrevivientes del apocalipsis zombie trataban de sobrellevar un brote epidémico en la cárcel que les servía como refugio, y que podían haber sido menos de cien (con dos o tres episodios bastaba y sobraba) resultaron finalmente una pobre excusa para la real necesidad de los guionistas: cerrar por completo la historia de la rivalidad con el Gobernador y obligar a los protagonistas a salir de la cárcel, que ya a esa altura estaba efectivamente anulando la libertad para explorar nuevos rumbos. A partir de ahí, el objetivo fue otro: Terminus, o la promesa de otro refugio para el grupo de protagonistas, que se partió en múltiples sub-grupos luego del asalto del Gobernador a la prisión. Allí comenzaron a aparecer esos momentos y narraciones que hacen interesante a esta serie: ver por ejemplo Still, el melancólico capítulo trece, donde Daryl y Beth encuentran sus mayores coincidencias a partir de hacerse cargo de sus diferencias; o The grove, episodio catorce, que arranca con un plano que genera una inquietud extrema y que finaliza de una manera tan horrorosa como lógica. Es prácticamente innegable que la segunda mitad de la temporada fue mucho mejor que la primera, básicamente porque desde un principio tuvo en claro el rumbo a seguir. En la primera mitad, luego de haberse cerrado casi por completo la confrontación con el Gobernador en la tercera temporada, se notó la dificultad para encontrar un horizonte y pareció que a los creadores la única que les quedó fue recurrir a un antagonista icónico pero ya agotado en su exploración. A The walking dead le pasó lo mismo que a la tercera temporada de Homeland, que en los capítulos iniciales no atinaba a encontrar su camino, pero que a partir del retorno al centro de la trama de Brody consiguió encarrilarse. Pero si la historia de Carrie Mathison parece cerrada (hasta podría decirse que con un final bastante digno) y la cuarta temporada es toda una incógnita, porque parece difícil que pueda volver a alcanzar el riesgo y la tensión de los primeros dos años, para Rick y su grupo, gracias a ese engaño que terminó siendo Terminus, hay un punto de partida mucho más sólido de cara a lo que viene.
-MAD MEN: en el centro, un hombre
Fueron siete capítulos este año. Siete capítulos que anteceden a los siete que vendrán en 2015, y adiós Mad Men, una de las mejores series que ha producido la televisión norteamericana en muchos años. Y de esos siete capítulos, la mayoría se cerraron con un plano sobre el rostro o la imagen de Donald Draper. Es decir: más que nunca, el protagonista de Mad Men fue Draper. Y es lógico, porque más allá de la impecable variedad de subtramas y personajes que trabaja con languidez el genio de Matthew Weiner, Mad Men debe encontrar un centro dramático para cerrar por todo lo alto, y ese centro está representado en Draper. Curioso -que no ingenuo-, esta primera parte de la última temporada estuvo precisamente pensada como el viaje redentor de Draper en pos de encontrar su centro como ser humano. La pregunta que todos nos hacemos es si lo logrará, o si sus fantasmas interiores (a los que parece sumarse ahora el danzarín espectro de Bertram Cooper) le impedirán retomar el impulso de su carrera y, por ende, su vida. Los siete capítulos de Mad Men fueron de una perfección pasmosa: en vez de parar la pelota (como lo ha hecho un poco nocivamente en temporadas anteriores), la serie fue directo al grano, y con un vértigo nunca antes visto. Cuando el último plano de la temporada anterior nos hizo creer que Draper regresaría a sus orígenes y recuperaría su pasado junto a sus hijos, nos vimos absorbidos en estos capítulos más por el costado laboral que por el humano. Es que Weiner sabe que Draper es el de la oficina, es el animal del viejo mundo que se descompone ante el avance de la modernidad. Ese desmoronamiento que el último plano de este 2014 nos mostró, con un Draper victorioso en lo laboral pero derrocado como hombre. ¿Ahora sí, el retorno será por lo humano? La incógnita se sostendrá un tiempo. La única seguridad es que Mad Men se está despidiendo a lo grande.
Acá te hablamos con Seijas de algunas series que se vieron este año. A mí me tocó opinar sobre #MadMen, que es lo… http://t.co/vb4jVrNPrd
OPINIÓN – Temporadas 2014: Game of thrones, Hannibal, The walking dead, Mad men http://t.co/X0BmjOlyXo