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Last call – Ultimo llamado


Muy buena


Un payaso y un aeropuerto

Por Daniel Cholakian

(@d_cholakian)

last callGabriel Chamé Buendia es un clown. Y podríamos decir que en casos como el suyo el clown es un estadio superior de la actuación. El autor / director / actor presenta una obra que parte de un planteo encuadrado de aquel género y su técnica, para luego mutar y escapar de ese marco original.

En Last call el Sr. Piola, un protagonista cualquiera, un simple pasajero perdido en un aeropuerto, está intentando abordar sin contratiempos su vuelo. Algo que suele ocurrirnos a todos los que somos intrascendentes en este mundo, siempre temerosos ante los mostradores, las puertas secretas, los carteles rodantes y los códigos confusos. Piola -el nombre es un interesante juego entre la tradición de los payasos, Piola / Piolín como nombre y Piola como adjetivo canchero de la porteñidad- no comprende dónde y cómo hacer los trámites, se tropieza, va perdiendo la enorme pila de valijas que acarrea, no encuentra sus papeles y, casi por sobre todas las cosas, no habla el idioma que se debe hablar en un mundo civilizado. Comienza hablando una suerte de slang, de inentendible esperanto, para desplegar un inglés que no llega al mínimo necesario para el manejo aeroportuario. Y eso mismo lo hace sospechoso. De todo y de cualquier cosa. Piola se siente culpable ante todo y todos. La vigilancia, el modo central de organización de la vida en los aeropuertos, le impone un miedo que por momentos lo paraliza.

Es a partir de estas situaciones casi típicas que surge un humor ácido y por momentos desopilante. Las situaciones son casi típicas, pues el secreto de la riqueza de la obra está en las pequeñas digresiones, en los desvíos respecto de lo típico. En el juego escénico que construye Chamé Buendia a partir de aquella torpeza inicial y de las situaciones más potentes y políticas, este hombre solo es puesto bajo fuerzas que van mucho más allá de la propia torpeza y que permiten desplegar pequeños y constantes mecanismos de dominación. De ese desarrollo lo que se erige ante este hombre pequeño y solo, y obviamente ante los espectadores, es una amenaza omnipresente que carece de toda materialidad concreta y previsible.

El humor centrado en las técnicas del clown, recupera formas del humor tradicional como el splastick y también recursos como la musicalidad, la invención de idiomas, la incorporación de una ocupación física del espacio, cierto estallido ante la opresión y la vinculación directa con el público para aprovechar esa tensión creada. Ese crescendo y estos giros sobre los modos más tradicionales, hacen que no haya ningún tipo de monotonía ni letanía en el desarrollo dramático. Chamé Buendia asume un gran riesgo, no sólo por la soledad en el escenario, sino porque el actor / protagonista parece encontrarse con situaciones que el autor / director genera, situaciones que podrían ser aleatorias u ocurrir de modos diversos. Se anima a un gesto de estallido en el que implica al público y las respuestas en ese caso también puede variar y enfrentarlo a caminos desiguales.

El cierre, con una notable invocación a Shakespeare y la idea recurrente del teatro y la vida como puestas en escenas que puede ser parte de una misma realidad, abre el espacio para desplegar  la idea del aeropuerto como un no lugar, como una especie de limbo, un lugar de tránsito hacia vaya uno saber dónde.


Dramaturgia: Gabriel Chamé Buendia. Dirección: Gabriel Chamé Buendia. Intérprete: Gabriel Chamé Buendia. Vestuario: Cecilia Allassia. Iluminación: Jorge Pastorino. Escenografía: Jorge Pastorino. Música: Sebastián Furman. Asistencia de dirección: Vanesa Campanini y Micaela Fariña. Asistencia artística: Laura Apra. Producción del Cervantes: Lucero Margulis. Sala: Teatro Nacional Cervantes, Sala Luisa Vehil (Libertad 815, CABA). Viernes y sábados a las 19:00, domingos a las 18:30.

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