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Los juegos del hambre: en llamas

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Título original: The Hunger Games: Catching Fire
Origen: EE.UU.
Dirección: Francis Lawrence
Guión: Simon Beaufoy, Michael Arndt, sobre la novela de Suzanne Collins
Intérpretes: Jennifer Lawrence, Liam Hemsworth, Woody Harrelson, Josh Hutcherson, Donald Sutherland, Elizabeth Banks, Lenny Kravitz, Stanley Tucci, Philip Seymour Hoffman
Fotografía: Jo Willems
Montaje: Alan Edward Bell
Música: James Newton Howard
Duración: 146 minutos
Año: 2013


6 puntos


Símbolos

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

catchingfire unoCuando una historia apuesta todo a que su final resignifique lo visto anteriormente, se corre un riesgo: que aquello que se contó no haya sido lo suficientemente interesante como para sostenerse por sí solo y, luego, amplificarse con el desenlace. Es un poco lo que ocurre con En llamas, continuación de Los juegos del hambre y evidente historia de transición hacia lo que viene: la rebelión social contra el Capitolio. El demasiado extenso film de Francis Lawrence -146 minutos- parece cometer el peor pecado de las adaptaciones literarias, es decir no saber resumir y avanzar sobre cada rincón del libro original, pero a la vez sobrevolando someramente cada tema para no terminar profundizando en ningún lado. Un poco aburrida, otro tanto demasiado solemne, En llamas se sostiene porque la historia original es bastante atractiva -para los parámetros de estas sagas adolescentes- y porque Jennifer Lawrence sigue aportando ese misterio desde su interpretación: la presencia de la joven actriz en esta franquicia es un enigma llamado Katniss Everdeen, que sirve para complejizar un poco la lustrosa puesta en escena.

La primera Los juegos del hambre de Gary Ross tenía varios aciertos, pero el más interesante de todos era su economía de recursos y un aire artesanal inherente al director. La economía de recursos, hay que reconocerlo, se debía en parte a que todavía era desconocido el alcance de esta saga como mercancía cinematográfica: por eso avanzaba con humildad -y humanidad-. Ahora, consciente de sus enormes posibilidades, En llamas se inflama demasiado, se reviste de excesiva auto-importancia y se vuelve tremebunda en su seriedad. Falta chispa, encanto; falta esa ironía que relucía en las instancias más satíricas de la primera parte, y que aquí es alcanzada apenas por la sardónica presencia de Stanley Tucci y el aplomo cínico de Philip Seymour Hoffman. Cuando ellos aparecen en pantalla (por fuera del huracán Lawrence), En llamas crece porque ambos representan con acierto las dos puntas en crisis de esta historia: el Flickerman de Tucci es la hipocresía del show; el Heavensbee de Hoffman es la violencia elegante del Poder.

Los 142 minutos de Los juegos del hambre eran entendibles: presentación de conflicto global, presentación de personajes, explicación de los Juegos del Hambre, puesta en escena de esos torneos, conflictos personales y resoluciones. Eran igualmente 142 minutos, pero Ross tenía el talento para explicar la mayoría de las cosas por medio de la acción. Lawrence, que extrañamente es un director de acción y que se maneja mejor con las cosas en movimiento -lo demostrará en la última parte de este relato-, se toma demasiados minutos de los 146 para poner a los personajes en situación, situación que por lo demás parece por momentos un espejo amplificado de lo anterior: protagonistas en el Distrito 12, preparación de los Juegos, competencia. El problema de En llamas, cuando nada se mueve, es que queda en evidencia su origen de saga adolescente mainstream: su discurso anti-establishment es muy básico, con líneas de diálogo un poco perezosas, que en un contexto de seriedad extrema como este minimizan los alcances revolucionarios cool de esta película.

Pero hay que reconocer que cuando En llamas se mueve, se mueve, y cuando avanza la acción (que se amontona un poco debido a la demora del relato en pasar a la competición), el film es vigoroso más allá de la ausencia de sangre, un poco exigencia de mercado para estas sagas populares. Es ahí cuando la película dice lo más interesante que tiene para decir, y cuando Jennifer Lawrence se luce mayúsculamente: su presencia es puramente física, y el físico de Katniss, puesto en riesgo, alcanza en esta segunda parte una mayor simbología. Hay algo de cristianismo bautismal en esa agua que cura, en ese calvario que atraviesa el personaje. Si en la primera parte ella se convertía en símbolo de los Juegos del Hambre, en ícono para vender entradas y sostener un sistema político, en la segunda se irá convirtiendo en símbolo de algo mayor (qué, no será revelado aquí porque sería adelantar información del final). Lo curioso en Katniss es que no parece estar demasiado segura del rol que los otros -siempre, en definitiva, los otros toman decisiones por ella- quieren que represente. Ese es su conflicto, el de la heroína a su pesar. Jennifer Lawrence sofistica aún más su personaje y se convierte en lo mejor de un film que repite mucho de lo hecho anteriormente, pero que tiene el acierto de culminar en medio de la acción y dejarnos con ganas de saber cómo sigue el asunto. Así, En llamas ejerce sobre el espectador algo similar a lo que ejerce el Capitolio sobre la sociedad de la película: un poder que seduce y repele a la vez.

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