No estás en la home
Funcinema

Sin lugar para los débiles: cuatro miradas sobre Breaking bad

El Heisenberg que todos llevamos dentro

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

breaking dosA lo largo de sus cinco temporadas, Breaking bad se ha consolidado como un clásico, una creación de su tiempo y lugar, pero que también resuena (y resonará) en cualquier otro período y espacio. Es una serie que unió distintas variables que podrían parecer, a simple vista, antagónicas: lo individual y lo sistémico, lo particular y lo general, Estados Unidos y resto del mundo, el nuevo milenio post-crisis socioeconómica y la Historia en general.

Sí, Breaking bad es una serie de enormes resonancias políticas, que fueron seguramente buscadas por su creador, Vince Gilligan, pero con una sutileza y pericia fuera de lo común. Supo funcionar como un despiadado retrato sobre el capitalismo, ese sistema marcado por la avaricia, que se alimenta del crimen, la miseria y el horror, y a la vez se desentiende de sus consecuencias. Walter White era un afable pero frustrado maestro de escuela, típico representante de los sectores de clase media, que siempre quiso ser más, y encuentra en la marginalidad y el submundo de las drogas la oportunidad de sacar afuera toda su oscuridad, toda su inmoralidad, en la forma de ese monstruo que es Heisenberg. Y en la última temporada (que puede caratularse como la mejor, con lo que el show sería la excepción a las reglas televisivas, mostrando un enorme crecimiento a medida que va avanzando, en vez de desinflarse) quedó bien claro que todos los demás personajes podían ser como él. Todos podían, de distintas formas, quebrar sus propios límites.

La serie, a partir de su arrojo para con el sistema que sostiene a Estados Unidos y al mundo, consiguió llevarse por delante toda clase de modalidades discursivas. Entre ellas, la de la Familia: al igual que Michael Corleone en El Padrino, Walter White siempre justificó sus acciones, una más horrible que la otra, a partir del hecho de la necesidad de proteger a su núcleo familiar y asegurarles un sustento a futuro. Se la pasó recurriendo al dinero como una modalidad de afecto, cuando el espejo le devolvía otra imagen. Sólo en el final, a minutos de terminar el último capítulo, frente a Skyler, que continuaba siendo el amor de su vida, fue capaz de aceptar la verdad, la Verdad Absoluta: que lo hacía porque quería, porque le gustaba, porque lo hacía “sentir libre”.

Esto último nos lleva a nosotros, espectadores y fanáticos de Breaking bad. Admitámoslo: queríamos que Heisenberg (no Walter) se saliera con la suya. Y esto es así porque nos identificábamos con él. Podríamos justificarlo en el hecho de que la serie nos presentó una galería de personajes nobles hasta en sus miserias, coherentes en sus propias incoherencias. Y que el carisma del protagonista era verdaderamente inigualable. Algo de eso hay, no hay duda. Pero en el fondo, lo que terminó sucediendo es que Gilligan y todo el equipo de realizadores que encabezó consiguió exhibir ese horror que llevamos, o podríamos llevar adentro. Nos hizo preguntarnos sobre nuestros propios límites: ¿hasta dónde usamos a nuestros seres queridos como excusa (a modo extorsivo) para justificar cualquiera de nuestras acciones? ¿Qué es lo estaríamos dispuestos a dar para escalar en poder y dinero? ¿Dónde nos detenemos y dónde arrancamos?

Breaking bad terminó, pero nuestra vida sigue, con esas preguntas inquietantes. Uno de los méritos de esta brillante serie (una de las mejores de la historia de la televisión) es que nos interpeló como espectadores y personas. Nos hizo pensarnos a nosotros mismos.


El dilema

Por Cristian Ariel Mangini

(@Masterzio84)

breaking tresLa cámara se pierde en la mirada de Walt. Por momentos es como si su rostro reflejara esa extraña ambigüedad de la que es capaz Bryan Cranston, transmitiendo empatía desde el fondo de un rostro lleno de ira. Devorado por esa dualidad que finalmente el ego empujó al abismo de Heisenberg, el imperio personal de Walter White, el “Baby blue”, la serie finaliza con un plano aplomo que, como la simetría de luces y sombras mentirosa en el encuadre, contiene una extraña serenidad que se traslada al rostro del personaje. Es el epilogo de la catarsis destructiva de Ozymandias, capítulo emblema que sintetiza las consecuencias del alter ego de Walt, en una de las horas más memorables que ha entregado la televisión en los últimos años.

Y sin embargo, entre tantos datos crípticos para cualquiera que no haya visto la serie, el dilema central hace sencillo el asunto: ¿qué tan cerca estamos de traspasar los límites? ¿Qué tan satisfechos estamos con el reconocimiento que tenemos en nuestras vidas? Pero además, la serie nos pone como espectadores en otro dilema: ¿podemos sentirnos cercanos a alguien capaz de envenenar a un niño o liderar una operación de aniquilamiento de testigos? Esto es lo que hace Breaking bad y vaya que es para aplaudir de pie. En una época donde la participación del espectador televisivo se ha centrado en las dimensiones de lo hipertextual y la ruptura de fronteras, es notable cómo sin embargo la interpelación ha aparecido en cuentagotas, siendo el comienzo del Siglo XXI una época donde se comenzó a problematizar en torno a antihéroes y figuras que obligaban a repensar el papel de héroe aceptado tan pasivamente.

Breaking bad es la cima de esto, el gris donde la humanidad aparece en su integridad como un espacio donde los bordes desaparecen. Sin hipocresías y sin salidas fáciles, la serie se cierra en un círculo que ya advertíamos en los primeros capítulos como una espiral sin control sobre la cual las piezas vuelven conformando una caótica armonía. Esto es lo que la hace una de las series más memorables de la historia de la televisión, cuya retirada deja un sabor eufórico sobre el cual también se advierte una amargura. Casi como el grito final de Jesse en la carretera, dirigiéndose hacia la libertad.


Héroe

Por Matías Gelpi

(@matiasfancinema)

breaking cuatroNo es sólo el impecable pulso narrativo de la serie, ni la redondez de su final o la formidable actuación de Bryan Cranston. Breaking bad gusta porque retuerce los símbolos y mitos estadounidenses al extremo, y nos obliga a detenernos al menos un instante en nuestra incondicional empatía hacia su protagonista.

Walter White, el hombre que decidió tomar las riendas de lo que le quedaba de vida para dejar su nombre estampado en las paredes y en el viento. Esto ya podemos afirmarlo con toda tranquilidad, él se lo dijo unos minutos antes del final a su esposa: “lo hice por mí”, desenredando así la ultima maraña de mentiras y justificaciones, su propio gigantesco ego era su principal motor, como si hubiera interpretado algo retorcidamente un libro de autoayuda.

Walter es un personaje profundamente estadounidense, alguien que se mueve dentro de los límites precarios del sueño americano hasta que ya no da más de sí. Entonces como un superhéroe retorcido lo invade la ansiedad irrefrenable de querer cambiar sus circunstancias concretamente, necesita hacer algo y lo hace, sin importar moral, reglas o leyes, palabras sin significado para alguien que sabe que va a morir pronto. Crea de casualidad a Heisenberg, su identidad secreta, un ente superior y poderoso tan sólo como símbolo, el profesor White no es nadie, pero Heisenberg… cuidado con Heisenberg. Utiliza a los habitantes del bajo mundo (consumidores, adictos, dealers y pistoleros) para esparcir la noticia de su llegada, todos respetan a Haisenberg. Además tiene un ayudante joven y a través de las consecuencias de sus actos ha creado a sus propios enemigos (“demonios” diría Tony Stark en Iron Man 3). Y seguimos, es un hombre en extremo inteligente y además un sociópata con una habilidad para manipular casi innata, como si su don fuera sumar una cantidad ridícula de mentiras que la gente cree casi milagrosamente.

Walter/Heisenberg es nuestro héroe secreto, fácilmente queremos a Batman o Iron Man, pero aunque nos dé vergüenza, aunque no podamos admitirlo, queremos un poco más a Walter.


Sin lugar para los débiles

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

breaking cincoEl final de Breaking bad estuvo signado por una serie de muertes. Tres generan escozor -Andrea, Hank y Walter-, otras dos son mucho menos dolorosas y deseables y, por tanto, más complejas -el tío Jack y Todd-: en una serie donde la muerte siempre tenía un sentido trágico, que deseemos una muerte como alimento vital no deja de ser el último giro maldito de la serie en la relación con el espectador: uno -también- ya es Haisenberg, ya decide quién debe morir o vivir, por quiénes vale la pena llorar y por quiénes no. Pero lo que más llama la atención de este reguero de muertes, es la ética que cada personaje sostiene en ese momento final, especialmente Hank, Walter y Jack. Hank sabe que es su momento y lo enfrenta con hombría, decide que ya es momento de que le peguen ese tiro mortal; Jack no quiere morir sin fumar ese último cigarrillo, su cinismo le hace enfrentar la muerte como si no le importara; Walter camina por el laboratorio, se sabe herido de muerte, pero elige dónde morir porque ese espacio es el que lo ha completado, el que lo hace -paradójicamente- sentirse más vivo.

Es en esos momentos donde se ve con mayor claridad el vínculo que siempre tuvo la serie -sobre todo por el uso del espacio, la violencia y el paisaje natural- con el western y el policial negro. Breaking bad hizo la misma operación que los hermanos Coen en su adaptación de la novela de Cormac McCarthy, Sin lugar para los débiles: una relectura de dos géneros históricos de Hollywood con una mirada tan clásica como moderna. Pero ahí donde los hermanos de Fargo pretendían cierto vuelo filosófico y hasta existencialista, Vince Gilligan se ensuciaba las manos en el fango del melodrama. Breaking bad fue western en cómo sostuvo la ética de sus personajes hasta el final, en cómo el desierto fue un personaje más, incluso la despedida de Jesse y Walter tiene ecos del final de Más corazón que odio, algo que el propio Gilligan confesó. Del policial negro, tiene lo urbano, el submundo, los vínculos entre los personajes, donde la confianza era puesta constantemente en crisis, donde la sangre era fundamental para sellar pactos. Y ambos géneros no sólo remiten a Hollywood, sino que además referencia a la América esa edificada en la hipocresía y en una serie de creencias ridículas y dogmáticas: durante cinco temporadas Walter White se burló de esa idea de familia, de sociedad, de honestidad que tanto se proclama. Nos mostró el monstruo interior. Que al final Breaking bad haya sido más western que policial negro le dio un sentido más agridulce que rupturista, más concesivo, pero no por eso menos atractivo. Esa capacidad de leer a una sociedad a través de algo tan popular como sus géneros narrativos más emblemáticos, es lo que ha hecho de esta serie un elemento fundamental de la cultura audiovisual contemporánea.

Comentarios

comentarios

Comments are closed.