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Tierra del Fuego


Muy buena


Cicatrices de guerra, heridas de paz

Por Daniel Cholakian

(@d_cholakian)

tierra del fuegoEn las ocasiones en que una obra de teatro está basada en un texto potente y certero, la posibilidad de obtener un resultado óptimo es grande. Esto ocurre con Tierra del Fuego, obra de Mario Diament, puesta con absoluta sobriedad e inteligencia por Daniel Marcove.

Veintidós años después de haber sido víctima de un atentado, Yael Alón decide visitar en la cárcel a Hassan el-Fawzi, quien había sido su victimario. En 1978 en Londres, como parte del grupo de combatientes palestinos del Frente Popular, Hassan había atacado a la tripulación de un vuelo de la línea aérea israelí. Como consecuencia del mismo Nirit, compañera y amiga de Yael, había fallecido mientras ella resultó herida. Es ella quien escribe una carta al agresor que desde entonces está encarcelado en Gran Bretaña, para acordar una visita. No tiene muy claro el objetivo de la visita. Sabe que necesita verlo y que necesita preguntarle por qué lo hizo.

La Yael que decide ir a conversar con su atacante no es aquella joven azafata. Es una mujer casada, militante de izquierda en un país que se “derechiza” cada día más, que cree firmemente en la responsabilidad israelí en la búsqueda de una paz sincera con los palestinos. Esta convicción es propia de su identidad como judía e israelí. Hassan acepta con arrepentimiento su culpa, confiesa que jamás volvería a usar la violencia, pero no abjura de la enemistad que siente por el Estado israelí, al que sigue considerando como el opresor de su pueblo. Lo potente del planteo de Diament reside en declarar, casi desde el inicio mismo de la obra, que los personajes que se encontrarán están lejos de los estereotipos y de los registros más extremos de una y otra de las identidades en conflicto. Y que sin embargo para ellos, en su propia esfera íntima, el conflicto es insoslayable.

Esto hace que la riqueza de las discusiones sea mucho más profunda. No hay allí una confrontación de posiciones irreductibles, sino una confrontación de perspectivas que buscan encontrarse. Los anclajes a cada uno de los razonamientos son fuertes e inevitablemente colisionan con otros razonamientos tan sólidos como aquellos. En parte he aquí una de las claves de la complejidad: hay argumentos con validez histórica -ninguna discusión política es en abstracto- que sirven de sostén a ambas posiciones. Pero hay además dolores arrastrados, tan profundos, tan inevitables, tan encarnados, que se debaten en el propio cuerpo y permanecen allí como cicatrices.

Uno de los más interesantes libros escritos sobre el período en que se desarrolla la obra se llama Cicatrices de guerra, heridas de paz. Elegimos este título para la nota porque de algún modo el autor atraviesa esta noción. La paz, la paz por la que lucha Yael, a la que aspira Hassan, va dejando heridas irremediables. En los diálogos que sostiene ella con sus allegados, su esposo, la madre de la asesinada Nirit y su propio padre, se deja ver el entramado de las discusiones que circulan en la vida de los israelíes. ¿Puede acaso desvincularse para ellos el presente de opresor de la historia de las vejaciones sufridas? ¿Se aprende habiendo sido oprimido a la indulgencia con el otro o sólo se aprende a agredir? ¿Todo el dolor proviene del holocausto sufrido o hay además una historia de parias eternamente migrantes? ¿Se puede olvidar al asesino de un hijo, de un hermano, de un padre? Asumiendo que lo personal es político, Diament cruza las dimensiones históricas y personales para develar las complejidades que subyacen en el difícil trabajo de la búsqueda por la paz, si es que esta es posible.

Marcove se decide por respetar la idea minimalista implícita en el texto para su puesta en escena. Acierta notablemente en el tono con el cual hace trabajar a los actores. Así como Diament abjura de los estereotipos para sus personajes, Marcove lo hace con el tono de las actuaciones. No sólo que naturaliza a sus protagonistas, distendiendo lo que podría haber sido mucho más duro y extremo, sino que hace lo propio con el tono en el cual se desarrollan los diálogos entre Yael y sus seres queridos. La obra mantiene todo el tiempo el interés y el ritmo, cada uno de los encuentros son propuestos con un tono y una intimidad que le adjudican un atractivo por sí mismo.

Las actuaciones son todas de muy alto nivel. No hay fisuras y los grandes momentos se sostienen gracias al talento de los actores. Por el valor que tienen para poner en conflicto lo que tal vez sean las voces más desagradables entre los israelíes, el encuentro de Yael (Darín) con la madre de Nirit (Petraglia) y con su padre (Jordán) tienen una potencia dramática inusitada.

Tierra del Fuego tiene un texto inteligente, una puesta en escena que aun cuando parece invisible está llena de aciertos y un conjunto notable de actuaciones. Esta es una combinación que no se encuentra tan a menudo.


Dramaturgia: Mario Diament. Dirección: Daniel Marcove . Intérpretes: Alejandra Darín, Pepe Monje, Ricardo Merkin, Elena Petraglia, Juan Carlos Ricci y Miguel Jordán. Escenografía: Tito Egurza. Música: Sergio Vainikoff . Sala: El Tinglado Teatro (Mario Bravo 948, Ciudad de Buenos Aires), los viernes a las 20:30, sábados a las 20:00 y domingos a las 19:00.

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