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Dexter: Cuando el pasajero oscuro se desvanece

dexter_ochoPor Cristian Ariel Mangini

(@Masterzio84)

“Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti” dice Nietzsche en Más allá del bien y el mal, una de sus obras basales. Es una frase que ronda una y otra vez a medida que pasan las temporadas de Dexter, serie que Showtime estreno allá por el 2006 y se convirtió en un fenómeno de culto que luego fue cautivando a una audiencia cada vez mayor. Irregular por momentos, brillante por otros, la serie ha llegado a su punto final justo a tiempo para cerrar una historia que quizá se pudo haber cerrado temporadas atrás, pero que gracias a la solvencia de los guionistas se salvó de un derrape total. Como si la cortina finalmente se corriera, Dexter como personaje se enfrenta a ese dilema nietzcheano cuando el espejo refleja apenas un asesino que en las últimas temporadas parece haber resquebrajado su método, aquello que lo hacía ver distinto a sus propias víctimas. Por ello la última temporada se presenta promisoria: el eje de la serie no se ha perdido y parece estar dirigido a una espiral descendente del personaje y su hermana Debra, a un abismo que depara muchas posibilidades pero ninguna parece demasiado luminosa.

Mismo personaje, distinto escenario

Dexter surge de una serie de novelas del escritor norteamericano Jeff Lindsay, un seudónimo para Jeffry P. Freundlich. Sin embargo, decir “surge” es inexacto: el término más adecuado sería que se “inspira” en las novelas de Lindsay. Si bien el personaje mantiene las mismas características y se repiten varios nombres como Debra Morgan, Brian Moser, Rita Bennett o María LaGuerta, ya en la primera temporada el escenario planteado era completamente distinto. Sí, existe esa pulsión de matar inevitable que condena a Dexter tras los horribles sucesos que tuvo que presenciar de niño y también existe en ambos formatos el código que plantea Harry Morgan para evitar que su hijo adoptivo termine siendo encarcelado o ejecutado y al mismo tiempo continúe aplacando su necesidad de matar, pero las novelas y la serie televisiva no solo van por caminos distintos en el destino de los personajes, sino también en cómo indaga en las profundidades de Dexter Morgan. Las siete temporadas “humanizaron” al personaje de tal forma que por momentos el negro parecía augurarle un gris a nuestro personaje, provocando una empatía que en los libros no existe.

Pero más allá del origen literario, ambas fuentes tomaron como inspiración obras como El silencio de los inocentes o Psicópata americano, dos libros donde se indagaba sobre personajes sinuosos que ocultaban detrás de una apariencia impecable a monstruos aborrecibles. Por supuesto, el subtexto que hay detrás de cada monstruo es radicalmente distinto y el comentario social, si bien encuentra sus puntos de contacto, no es necesariamente similar. Dexter en particular surge de la ajetreada Miami, polo turístico de playas paradisiacas y centros de compras mastodónticos, pero también polo del lavado de dinero, del tráfico de drogas y de mafias de distintos países del mundo. Parece casi una ironía que en esa vitrina del crimen organizado un individuo solitario, que además trabaja en la policía, sea uno de los peores criminales sueltos. Si a esto sumamos que es forense, es decir, una figura aislada del caos de las calles, la ironía parece completa. Es que Dexter no es una comedia, pero esta embebida del más oscuro humor negro.

Un personaje simpático

Es imposible no pensar a Dexter fuera de esa coyuntura televisiva que implicó el surgimiento de figuras heroicas que están a contramano del sistema o traspasan zonas grises, como el Jack Bauer de 24 o el Tony Soprano de The Sopranos. Pero Dexter hace algo más, se anima a meternos en un papel casi impensado: el de un asesino serial. ¿Cómo hacen los creadores de la serie para hacernos sentir empatía por alguien que resulta tan complejo hacerlo? La clave está en la forma en que se nos presenta. La primera temporada es clave, es la vanguardia y presentación de lo que será toda la serie. A diferencia de otras series donde se espera al menos una temporada para tirar todo al asador, en Dexter se procede a jugar con la sensibilidad y la franja horaria televisiva desde el primer momento; la primera temporada contaba con un nivel de violencia y gore tan inventivo como espeluznante, que además tenía audaces desnudos y, no conforme con esto, encerraba todo dentro de un paquete tan retorcido como explosivo. Pero a pesar de todo era posible sentir empatía por Dexter.

La razón radica en que en esta primera temporada que se comenzó a emitir en el 2006 se recurría a flashbacks que nos ilustraban la vida de Dexter: la muerte de su madre que tuvo que presenciar en un container con sólo 3 años, el desarrollo del código de Harry y sus consecuencias, la relación con su hermanastra y la sorpresiva revelación de quién estaba detrás de los asesinatos del “Asesino del camión de hielo” hicieron de esta introducción una de las mejores temporadas televisivas del siglo XXI. Poniendo el listón tan alto fue difícil mantener el estándar de calidad a pesar de las muy buenas temporadas 2 y 3, donde se profundizaba en aquellas revelaciones que no se habían hecho en la primera respecto a la identidad de Dexter, además de lidiar con la posibilidad (fallida) de ser comprendido y aceptado por otras personas: por un lado la fogosa amante Lila (Jaime Murray) y por el otro su amigo Miguel Prado (Jimmy Smits).

En cada temporada suele repetirse una temática que es lo que permite mantener una progresión o un retroceso del personaje: existe una contraparte con la cual comparte la pulsión de matar, pero además se trata de personajes que le permiten descubrir elementos que tienen que ver con el momento que vive el personaje. En la primera temporada la cuestión pasa por la identidad, en la segunda por una búsqueda de superar su “adicción”, en la tercera y en la cuarta en la posibilidad de aceptación conviviendo con su “Pasajero oscuro” (ya sea por amistad o familia), en la quinta y sexta en la posibilidad de redención; y en la séptima se deconstruyen todos esos intentos de convivencia entre el “Pasajero oscuro” y el resto de la sociedad, afirmando su identidad de asesino serial. No sorprende mirando este esquema que la octava sea el final. Por otro lado, este esquema presenta la dificultad de que en algunas temporadas, como la quinta, la sexta y parcialmente la séptima, los hechos que se presentan se tornan demasiado artificiosos y poco fluidos para ser aceptados tan incondicionalmente, y uno tiene que apelar al “suspension of disbelief” (“sí, bueno, justo tal o cual personaje se encuentra atravesando metafóricamente algo parecido a lo que atraviesa el protagonista y se topa con él”) para aceptarlas.

dexter_Viendo en rojo

Visualmente Dexter no se presenta con planos innovadores, es más bien clásica en este aspecto. Sin embargo, es en esa inyección de rojo y la puesta en escena tan horrorosa como extrañamente bella con que se presentan algunas muertes, que la serie adquiere un tono distintivo. La constante de la sangre, presente o ausente, implicada o explicada, atraviesa los planos del show en formas caóticas u ordenadas de manchas que son prácticamente un personaje más del Miami de nuestro protagonista. Hay también momentos en Dexter que pretenden provocar el extrañamiento: los ralentis, la iluminación y la mirada perdida de los actores, casi un sello distintivo de los finales de temporada, también se presentan ocasionalmente como una herramienta que provoca distancia con lo que sucede e incluso nos pone en un lugar (habitualmente acompañado de la voz en off de Dexter) de repensar nuestro nexo con los personajes.

A este apartado visual lo acompaña una de las mejores bandas sonoras de la tv actual, con el genial trabajo de Daniel Licht. No sólo se trata de destacar su exquisita labor en el leitmotiv que aparece modificado a lo largo de las siete temporadas del Blood theme, sino también del contrapunto que ofrece ante tanto horror la calidez de la música caribeña. Es prácticamente una cuota de ironía y cinismo más de esta serie que descansa parte de su encanto en el humor negro de su protagonista.

Si a esto acompañamos la gran interpretación de Michael C. Hall como Dexter, un personaje contenido siempre al borde del precipicio y la locura, pero que también provoca empatía por su necesidad de integrarse a la sociedad, tenemos la razón por la cual ha obtenido tantas nominaciones a los Emmy. Hall es Dexter. La labor de Jennifer Carpenter como Debra deja en la última temporada momentos intensos, que le dan un rango actoral mucho más amplio del que uno estaba acostumbrado en las temporadas anteriores. También destacable, más allá de la eficiencia del resto del elenco que logra personajes entrañables, es la presencia de figuras estelares invitadas como Christian Camargo, Jimmy Smits, John Lithgow, Julia Stiles o Ray Stevenson, que se lucen y por momentos opacan al mismísimo protagonista.

Recuerda a los monstruos

La última temporada de Dexter se plantea como un cierre al círculo, una consumación del personaje a la cual, más allá del tono sombrío, se le dará una salida dramática y catártica. Mucho de esto residirá en el valor del personaje interpretado por Charlotte Rampling, una psiquiatra que conoce a Dexter más de lo que él mismo se imagina. Con el pasado golpeando a la puerta más que nunca y la ironía de que aquellos actos de amor que realizó fueron también la ruina de sus seres queridos en la séptima temporada, el final promete ser explosivo y una de las temporadas más promisorias de la actualidad televisiva. Sólo queda esperar un poco.

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