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Sobre The walking dead: La América profunda

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Por Rodrigo Seijas

El final de la tercera temporada de The walking dead fue cuando menos anticlimático, ya que terminó eludiendo (o más bien posponiendo) la confrontación final entre Rick Grimes y El Gobernador. Y sin embargo, aún así consiguió impactar de manera mayúscula y redondear un año avasallador, con unos cuantos grandes momentos, que la terminan de consolidar como una de las series del momento no sólo en Estados Unidos, sino también en todo el mundo.

Quizás no es tan casual que los grandes antagonistas de la tercera temporada sean interpretados por actores ingleses, como si los realizadores del programa quisieran situarse un poco por fuera del estereotipo norteamericano, pero sin dejar de reflejarlo con propiedad. Es que antes que nada, The walking dead utiliza el dispositivo que es el género de zombies para constituirse en una metáfora sobre las miserias y virtudes de la sociedad occidental, con especial énfasis en el contexto estadounidense, con toda la carga de violencia y opresión.

En esto, el programa no es original: desde el comienzo del cine el terror fue usado en muchos casos como alegato social, y más en el caso del sub-género de zombies. Pero The walking dead puede imponerse porque antes del mensaje se preocupa de los personajes y sus historias, dejando que luego las asociaciones sociológicas surjan solas. Esto se puede ver claramente en los hermanos Merle y Daryl Dixon, típicos ejemplos de la White-trash, la clase baja blanca que puebla en cada vez mayor cantidad el suelo norteamericano. Ellos trascienden el retrato obvio, para adquirir una gran complejidad y atractivo, desde diferentes perspectivas. El primero, encarnado por un Michael Rooker que vuelve a explotar con eficacia su lado más desagradable, sólo había aparecido en un capítulo de la primera temporada, reapareciendo en la tercera como alguien siempre dispuesto a cumplir las peores órdenes, muy conciente de su brutalidad, pero incapaz de salir de ese molde, excepto a través de la inmolación. El segundo, interpretado de forma memorable por Norman Reedus (quien probablemente encontró aquí el papel de su vida), va realizando un camino lento pero constante de apertura en su personalidad, dejando ver una inesperada (pero coherente) sensibilidad y lealtad.

Y en esto probablemente tenga que ver bastante la herencia dejada por Frank Darabont, creador de la serie, que fue despedido por la cadena AMC en mitad de la producción de la segunda temporada. Estamos hablando de un realizador bastante irregular, que ha pasado de filmes simples pero potentes, como Sueños de libertad, a obras indignantes, como Milagros inesperados. A Darabont pareció siempre interesarle lo genérico en tensión con lo social (incluso en la fallida El Majestic, donde intentaba hablar sobre el cine desde el mismo cine), casi siempre basándose en materiales no-originales (como en la excelente La niebla), y The walking dead no es la excepción. A lo largo de toda la historia, se aprecia un doble juego permanente, con un relato oscuro y trágico, pero repleto de guiños tanto hacia los fanáticos del cómic original de Robert Kirkman  Tony Moore como a los filmes de zombies.

the_walking_deadThe walking dead comparte con Lost dos características que parecen superficiales, pero que terminan siendo notablemente importantes. En primer lugar, no hay ningún personaje que tenga garantizada la supervivencia, ya que hay muertes importantes a cada rato, cuyos impactos son directamente proporcionales con su carácter súbito (a pesar de que la muerte de Shane se veía venir durante toda la segunda temporada). En segunda instancia, en muchos aspectos los personajes que se podrían caratular como “de reparto” superan a los líderes/protagonistas: ya se mencionó el caso de los hermanos Dixon, pero también están Andrea (ruda sin perder su sensualidad femenina, siempre equivocándose con los hombres); Glenn (su historia de amor con Maggie es enternecedora); Hershel (que consigue erigirse como la voz del equilibrio sin necesidad de bajar línea a cada rato); o Carol (con toda su seguidilla de pérdidas a cuestas), por nombrar sólo algunos. Hay una inestabilidad permanente, por momentos asfixiante, de la cual la serie es perfectamente conciente, y la cual nunca resigna.

Pero la diferencia con Lost también es sustancial, y pasa por la narración. Mientras que en la creación de J.J. Abrams se podía avizorar un posible final, con un gran enigma a resolver para que todo acabe, en The walking dead no se percibe una bandera de llegada, lo cual termina siendo un elemento positivo, al menos por ahora. Tenemos un mundo establecido, repleto de muertos vivientes, y un grupo tratando de seguir con vida, contra todas las dificultades posibles. Sólo en la primera temporada (que apenas posee seis episodios) teníamos al origen de la epidemia de “walkers” como subtrama de peso.

Por eso la segunda y tercera temporadas actúan como réplicas entre sí. En ambos casos se va perfilando un antagonista de ese líder a regañadientes que es Rick, en una lucha de poderes que va sumando intensidad hasta ser a muerte. El primer rival fue Shane, con quien Rick se enfrenta no tanto por liderar el grupo como por el amor de Lori Grimes. Luego surgió El Gobernador, cabeza de su propio grupo, con el que la disputa combina lo personal con lo político: hay un permanente juego de acercamiento y alejamiento a partir de cómo cada uno asumen sus pérdidas familiares (por eso la muerte de Lori es tan shockeante como coherente con lo que pedía la historia y el camino recorrido por los protagonistas), sus vínculos con la gente que los rodea y la forma en que se comportan como referentes. Lo que termina diferenciando a Rick tanto de Shane como de El Gobernador es que no acciona, sino que más bien reacciona –o se defiende- de las acciones/ataques de sus contrincantes, quienes van avanzando por un camino de creciente maldad que parece trazado de antemano. En cambio, la ruta cimentada por el carácter de Rick es absolutamente irregular: sus dudas son permanentes y todas las decisiones que toma vienen precedidas por un debate interno relacionado con la ética y la moral.

¿Qué esperar para la cuarta temporada de The walking dead? Ya se pueden intuir algunas cosas a partir de la incorporación de David Morrisey (El Gobernador), Chad Coleman (Tyreese), Sonequa Martin-Green (Sasha) y Emily Kinney (Beth) como actores regulares: una mayor exploración de ciertos personajes que aparecieron en la tercera temporada, más presencia femenina, persistencia en el diálogo con el cómic original. También la certeza de que hay personajes como Rick, Carl, Daryl o Michonne ya no están parados en la misma posición. Ya nada es igual ni nadie es el mismo. Eso sí, los muertos vivientes siguen estando ahí, con un hambre inquebrantable.

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