Por Daniel Cholakian
Jacques Audiard se consagró en 2010 con su anterior película Un profeta, ganadora del Festival de Cannes y tras haber conseguido nueve premios César que otorga la Academia francesa de cine. Por ese motivo su última película, Metal y hueso, fue parte de la Competencia Oficial y fue seleccionada para abrir la novena edición de Pantalla Pinamar.
Protagonizada por Marion Cotillard y Matthias Schoenaerts, la película cuenta la historia de un encuentro entre personajes solitarios, con relaciones complejas, algo perversas o violentas con el entorno social. El hombre huyendo con su hijo pequeño sin un peso ni un lugar donde dormir, la mujer víctima de un accidente laboral por el cual le han amputado ambas piernas.
La película se convierte en un clásico melodrama con un registro formal modelado por el cine industrial presente. Planos detalles iluminados en clave publicitaria, uso del ralenti para profundizar el impacto emotivo de la violencia física, marcado uso de la música para pautar el sentido dramático, planos cortos y diálogos sobre-explícitos. El relato abunda en situaciones dolorosas que el realizador articula produciendo sorpresa en el espectador, utilizando aquello que solemos denominar “golpes bajos”.
Audiard construye una fábula moralista y falaz sobre las caídas y las esperanzas, pretendiendo contar nuevamente un modelo de historia infinitamente contada, sin ningún tipo de renovación intelectual ni formal. Dueña de una mirada ciertamente perversa, Metal y hueso tiene lo mejor en el reparto y en un par de escenas que parecen de otra película. La primera es aquella en la que un hombre explica al protagonista que la función de las cámaras seguridad es asistir en la función de vigilancia a los gerentes de las corporaciones. La segunda es el momento en que unas empleadas son despedidas de su trabajo en un supermercado, escena que parece extraída de una película de Laurent Cantet, cuya frialdad y distanciamiento dramático nada tiene que ver con el tono general impuesto a esta obra.
Metal y hueso es una de esas típicas películas para llorar, para descubrir los verdaderos valores de la vida y redescubrir, como si no lo supiéramos desde siempre, que la familia y el amor son aquellas cosas que redimen al hombre en cualquier circunstancia.