Por Daniel Cholakian
Ser capaz de andar por las noches sin ser visto es, a veces, como lo que hace un director de cine, que mira y graba lo que ocurre escondido tras un poste de luz. Como por ejemplo, Javier Rebollo que luego de las largas presentaciones de su película, que abrió el Festival y fue la primera de la Competencia Internacional en ser presentada, se escondió (no con mucho éxito) tras un poste de luz, para grabar con su celular de muy alta definición a su actor ¿fetiche? Jorge Jelinek, mientras este daba de comer trozos de carne asada a los perros callejeros que rondan las veredas del Hotel Provincial. Así como el actor uruguayo sabía de la mirada del realizador, Rebollo desconocía que muy cerca suyo, el fantasma merodeaba, observaba y grababa, lo que él grababa a su vez: la imagen de un longilíneo Jelinek, que bien permitía recordar a Jacques Tati.
Y hablando de Rebollo, su película El muerto y ser feliz ha cosechado opiniones diversas. Ya está publicada la nota de Javier Luzi al respecto en el sitio, pero podríamos agregar que aquella voz en off que ha molestado a algunos, tiene un valor narrativo interesante, incluso un valor sonoro con sentido propio. Y para acotar alguna nota crítica al film, el fantasma, que tiene buena relación con el fantasma de Antonito el Camborio, aquel que fuera asesinado a orillas del Guadalquivir, cree que es poco feliz que Santos, personaje que interpreta José Sacristán, haya puesto de apodo “El Camborio” a su viejo Falcón rural. Este personaje, lejos de un asesino romántico, ha de haber sido un condenado “fachas” y por lo tanto, incapaz de homenajear en su amigo al gran poeta granadino.
Más luego las películas se sucedieron una tras otra (seis se contabilizaron en este día domingo -no olviden de las propiedades espacio temporales especiales de los fantasmas-) y algunas han sido reseñadas con mejor tino por otros compañeros.
La que ha gustado a la crítica en general es la británica Sightseers. Es sabido que hay situaciones en el cine que sólo pueden ser narradas por los ingleses. En esta película se hace evidente no sólo en el particular modo en que el humor negro se articula con una lógica de comportamiento social, sino también en la distancia racional como comportamientos anómalos expresan un conjunto de conflictos que se dan en las diversas relaciones sociales: familiares, laborales y de clase. Ben Wheatley, hombre con méritos reconocidos en el género del terror y con un profundo conocimiento de las tradiciones narrativas inglesas, cuenta la historia de dos personajes fracasados, producto de la crisis post tacherista que aún perdura (y que puede expresar de algún modo la de Europa occidental). El viaje en casa rodante de una mujer oprimida por su madre y reprimida sexualmente y un hombre frustrado por no poder dar respuestas a las demandas impuestas por su rol de varón, emprenden una excursión idílica, aunque marcada por el modo en que ambos resuelven sus frustraciones. Lo hacen asesinando cruelmente a algunos de los personajes que se les cruzan por el camino, con la misma flema y la misma justificación lógica que cualquier otra acción cotidiana. La película deviene en una salvaje muestra de humor corrosivo, por momentos negrísimo. Aunque algo reiterativa, las claves para comprender la represión y la marginación en una sociedad tradicional, funcionan en Sightseers a la perfección.
Menos interesante resultó Abril en Nueva York, la película que marca el debut de Martín Piroyanski como realizador. Construida a imagen y semejanza de muchas, muchas, muchas películas independientes estadounidenses de parejas que sufren crisis y se pelean, se aguantan, se separan y se reencuentran en Nueva York, llevando a cabo sus propios proyectos entre bohemias y problemas económicos. El guión se construye a partir de ciertos caprichos narrativos y partir de allí la película pierde toda verosimilitud. Situaciones que parecen importantes al comienzo son olvidadas rápidamente -y perdidas en el hilo narrativo- y un cierto maniqueísmo en la construcción de los personajes, hacen que el relato sea errático. La dirección no logra dar el tono con el ritmo en ningún momento y resuelve la trama con el viejo recurso del último minuto, que simplifica toda la problemática de la relación de pareja, donde la manipulación y el abuso psíquico es mucho más profundo que la bobera a la que parece reducirla Piroyanski.
Lo más interesante e intenso del día ha sido sin dudas Evolution of violence del alemán Fritz Ofner. En el presente guatemalteco la posibilidad de morir violentamente es tres veces mayor que en Irak. La narración comienza mostrando el trabajo de periodistas televisivos que cubren los cotidianos asesinatos callejeros. A partir de testimonios de una fundación que apoya a las víctimas, lleva la narración a relacionar esta violencia con aquella que se instaló en la sociedad durante la guerra civil que vivió aquel país (medio millón de muertos, cientos de miles desaparecidos). Y siguiendo hacia atrás en la historia, y con buen material documental, traza la línea entre esa violencia y los intereses económicos estadounidenses. Con ello profundiza en la naturaleza social de las víctimas (violencia étnica, de clase y de género). Con una estructura espiralada que va de la capital y casos particulares hacia el resto de la geografía del país, su historia y las matanzas colectivas, el realizador cierra regresando al presente de aquel móvil televisivo, donde corriendo tras un nuevo asesinato los movileros van cantando las canciones pop que suenan en la radio.
Este fantasma se permite recomendar a quien le interesa comprender este terrible proceso guatemalteco algunos libros. El primero un estudio de una periodista argentina recién publicado: Territorios vigilados de Telma Luzzani. En sus páginas encontrará con mucha calidad informativa desarrollado el proceso de instalación de bases estadounidenses en la región en relación con la participación del Ejército guatemalteco y los grupos paramilitares en las matanzas (y la relación directa entre funcionarios de la CIA y las compañías explotadoras de la banana). Los otros son las novelas del excelente escritor Horacio Castellanos Moya, que narra de modos muy diversos las formas que adopta esa violencia (Baile con serpientes, Insensatez y La sirvienta y el luchador, entre otros).
El lunes será otro día, aunque el fantasma no duerma, los cines necesitan descansar.