Por Rodrigo Seijas y Mex Faliero
Desde hace un rato largo que lo mejor del cine estadounidense se mudó a la pantalla chica, con una gran cantidad de series de todo tipo y género con concepciones formales y temáticas innovadoras, arriesgadas y apasionantes.
A continuación, pequeñas reflexiones sobre los comienzos de las nuevas temporadas de cuatro de estos programas.
HOMELAND. Si un film como Vivir al límite demostró que en una sociedad militarizada como la estadounidense ya ni siquiera se necesita el patriotismo, porque basta con la adicción a la adrenalina de muchos de los soldados, esta serie aplica el mismo razonamiento para con los agentes de la CIA. Los protagonistas de esta remake del programa israelí Prisoners of war podrán hablar sobre la patria, la seguridad nacional, el terrorismo, pero en verdad son gente de acción, con una gran pulsión por las tareas de inteligencia: la vigilancia, el espionaje, los interrogatorios, la búsqueda de posibles infiltrados, la configuración y desconfiguración de toda clase de teorías conspirativas. Por algo los responsables del show son los mismos que los de 24, otra creación adictiva sobre la adicción.
Esto se ve de forma muy patente en el personaje de Carrie Mathison (Claire Danes desbordada, pero para bien), obsesionada hasta la médula con Nicholas Brody (Damien Lewis, aplicando su característico hermetismo para enriquecer a un personaje que oculta mucho más de lo que muestra), un marine rescatado de 8 años al que ella sospecha en un convertido al bando terrorista. Sus problemas psíquicos se unen a su profesionalismo extremo, irrenunciable, suicida. De hecho, no consigue desarrollar una vida personal alejada de su profesión, del mismo modo que su jefe y mentor, Saul Berenson (Mandy Patinkin) tampoco consigue armonizar lo íntimo con lo laboral. Al final de la primera temporada (que le valió a la serie triunfos en las entregas de los Globos de Oro y los Emmy), Carrie fue expulsada de la agencia, aunque en el primer capítulo de la nueva temporada es convocada nuevamente para lograr el testimonio de una infiltrada en Beirut que tiene información sobre un potencial ataque a los Estados Unidos. En la última imagen del primer episodio (no casualmente llamado The smile), puede vérsela sonriendo, luego de arreglárselas para huir de terroristas que la persiguen. Esa sonrisa le da la razón a lo que le había dicho su hermana antes de iniciar ese viaje de retorno a la vieja rutina adrenalínica: que detrás de todos los discursos superficiales, ella quiere hacer eso.
La adicción de Brody (ya en el Congreso y con chances de ser vicepresidente) es similar y diferente a la vez. El, más que adicto a la acción, lo es a su ideología. Por fuera de la estructura de pensamiento que le inculcaron, ya tiene poco y nada. Puede desempeñar con presteza el juego del ocultamiento y la mascarada, porque es como una cáscara vacía. Sólo Carrie puede sacarle algo, y eso la convierte en su peor enemiga.
DEXTER. Durante seis temporadas, Dexter se nos ha aparecido como ese lugar de confluencia entre el justiciero con estrictos códigos que puede ser Batman y el demente que podría ser el Guasón. Es que este asesino serial puede seguir los parámetros que considera necesarios para restablecer el orden donde la justicia no existe, aunque siempre oculto, siempre en la oscuridad. Del mismo modo, muestra una mente quebrada, donde lo humano da un paso hacia el abismo. Dexter es consciente de lo que es, del “pasajero oscuro” que lleva adentro. Su personalidad aparece desdoblada y la serie ha sabido reflejar con gran eficacia y coherencia a través de la voz en off. Allí aparece no sólo la versión moralista, sino principalmente la cínica, la nihilista, la amoral, la que sólo razona a partir de la instintiva necesidad de alimentar su pulsión por matar.
El pobre de Dexter (porque es alguien que inspira piedad y empatía a la vez) siempre ha buscado alguien que lo comprenda, que entienda sus mecanismos, su forma de pensar y sentir. Por su vida han pasado una esposa, amigos, potenciales referentes, novias. Con todas esas personas las cosas terminaron mal, como si nuestro “héroe” estuviera condenado a la soledad, precisamente como todo héroe. Lo que se mantiene estable en su vida es su hermana adoptiva, Debra. Pero al final de la sexta temporada (que no fue gran cosa, aunque funcionó como efectiva transición, para un notable golpe de efecto final) lo pescó con las manos en la masa, al descubierto, totalmente expuesto.
En los excelentes dos primeros episodios de la séptima temporada, los creadores mostraron una gran virtud: no eludieron el gran conflicto en puerta y tiraron toda la carne al asador, abriendo multitud de interrogantes respecto al futuro del protagonista, su vida familiar, laboral e íntima. Esos interrogantes se refuerzan por el pesimismo seco y sin concesiones que continúa siendo una marca registrada de la serie, que, al igual que División Miami, tras la superficie de colores pasteles y luminosos de la ciudad, sigue trazando un universo oscuro y terrible, donde todo parece ser una competencia de monstruos en la que los inocentes forman parte del marcador.
Atención con el nuevo antagonista, encarnado por Ray Stevenson (Los tres mosqueteros, Thor): no sólo parece alguien inteligente y con total control de su contexto, sino también alguien sólido físicamente, sin miedo a mancharse las manos. Definitivamente, Dexter nunca se enfrentó a alguien así.
HOW I MET YOUR MOTHER. No viene mal decir que esta es una de las mejores series de comedia del nuevo milenio, sino la mejor. Y ya entrada en su octava temporada, continúa siéndolo, básicamente porque nunca se traiciona a sí misma.
Los tres primeros episodios de este año (Farhampton, The pre-nup y Nannies) han seguido esa línea, centrándose no sólo en la eterna búsqueda del amor por parte de Ted, sino también en el progreso de sus amigos Barney, Robin, Lily y Marshal. Todos personajes entrañables, que parten del estereotipo para crecer en complejidad, deconstruyendo instituciones y concepciones como la familia, la amistad, el amor, la masculinidad, la femineidad, la paternidad, el matrimonio.
Esta gran creación ha desafiado permanentemente al espectador desde el lado narrativo, dejando bien en claro ciertos aspectos del final, pero descubriendo poco a poco el camino hasta la meta. Sin embargo, el desafío no pasa sólo por lo narrativo, por los saltos temporales y la voz en off anticipando o creando enigmas de todo tipo (de hecho, en estos últimos episodios se anticipan las rupturas de tres parejas, aunque queda saber el cómo). Los distintos relatos dentro del gran relato problematizan nociones como el encuadre, el espacio fílmico, las diferentes formas de reflejar el paso del tiempo.
How I met your mother sigue siendo una excelente excusa para pensar y citar desde la masividad a autores como Deleuze, Metz, Aumont o Bordwell, por sólo nombrar a algunos; un faro de reflexión sobre la posmodernidad, de la que se alimenta pero también nutre; una lección de solidez y química en su elenco, con actuaciones sobresalientes de Josh Radnor, Jason Segel, Cobie Smulders, Neil Patrick Harris y Alyson Hannigan.
¿Cómo continuarán criando a su hijo Lily y Marshal? ¿De qué manera terminarán Barney y Robin frente al altar? ¿Se casarán finalmente? ¿Hacia dónde progresará la pareja de Ted y Victoria? ¿Cómo y de qué forma conocerá Ted a la madre de sus hijos? Preguntas que siguen sin respuesta, preguntas que motivan y que nos mantienen ansiosos esperando las respuestas. Mientras, disfrutamos del camino.
BOARDWALK EMPIRE. Con cuatro capítulos de esta tercera temporada ya emitidos, esta serie producida por Martin Scorsese y Mark Wahlberg y creada por el gran Terence Winter (Los Soprano) se ha tenido que hacer cargo de una de las movidas más arriesgadas de la televisión norteamericana en 2011: la eliminación de uno de sus personajes principales, antagonista emocional del protagonista Nucky Thompson (consagratoria labor de Steve Buscemi, por si le hacía falta). Es cierto que el arranque de la temporada no ha estado al nivel de lo anterior, pero el flujo de la información que se ha venido manejando dejó el cuarto capítulo con una tensión que será sin dudas un giro en la historia y precipitará los hechos. El nombre clave este año es Gyp Rosetti (Bobby Cannavale), un mafioso que es una delicia de construcción: Cannavale está estupendo y el guión aporta pinceladas que lo muestran como alguien capaz de explotar violentamente o de medular su acción y jugar un ajedrez sangriento.
Así las cosas en esta tercera temporada de una serie que ha venido a revitalizar las historias de gángster utilizando muchos elementos caros al cine de su productor, Scorsese: porque detrás de sus arranques de violencia, de sus lazos familiares quebrados, de sus amores turbios y condenados al fracaso, Boardwalk Empire es antes que nada una serie política y otra nueva mirada a la constitución de la moral norteamericana: como Casino, como Pandillas de Nueva York, como Buenos muchachos. La serie muestra esa Babel poblada de irlandeses, italianos, judíos, culturas chocando violentamente por un territorio virgen. Ninguna otra cosa importa en Boardwalk Empire: los amores también son territoriales. No se ama, se busca un ascenso inconsciente, se especula. El licor, la droga, el sexo, todo tiene un telón de fondo que son las ciudades y sus reglas y su ilegalidad acorde. La corrupción es moneda corriente pero no importa, lo importante son los modales. Y ahí la gran frase que ha servido como leit motiv histórico de la serie: “no se puede ser mafioso a medio tiempo”. Por eso, ahí va, más decidido, Nucky Thompson, hombre huérfano de sentimientos, maltratado por la vida, que arregla todo con fajos de dinero que brotan de sus bolsillos.
El giro que dio la serie en el final de la segunda temporada se debe entender por eso: Nucky estaba perdiendo espacio y era necesario devolverlo al centro, sin distracciones. Por eso, ahora, Buscemi vuelve a ser amo y rey de una serie inigualable y deliciosa desde lo visual. Porque Boardwalk Empire es estupenda por sus temas y sus tratamientos, pero el paquete se completa con la forma en que personajes célebres son introducidos en la ficción (Capone, Luciano, Torio) y por un trabajo de ambientación, vestuario, fotografía, edición y actuaciones estupendo. Y si algo faltaba, es una musicalización impecable con viejos temas de jazz y blues. Es junto a Mad Men, la otra serie elegante y sofisticada del momento.