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“Sueño con tener un almohadón de Jiva que se ilumine”

Por Mex Faliero

Ya es raro que el cine nacional apueste a la animación, y mucho más que esa animación no esté sostenida por personajes reconocibles para el público: Gaturro, Patoruzito, Boogie, Isidoro, y la lista sigue. Por esta vez, eso de “unos locos se animaron…” deja de ser un lugar común para convertirse en algo mucho más sólido. La máquina que hace estrellas, que se estrena este jueves en el país, es un film dirigido por el debutante en el largo Esteban Echeverría y es además una propuesta que se anima con valentía a jugar en las ligas mayores del cine animado especialmente con una historia original y que recrea un universo propio y único. Hay muchas variables dando vuelta que el cine nacional evita constantemente, lo animado, lo infantil y adolescente, la ciencia ficción. A priori, todo eso convierte a La máquina que hace estrellas en una propuesta particular.

Obviamente que Echeverría está feliz. Y cómo no estarlo, si pasó los últimos seis años pensando en el día del estreno y en cómo se vería la historia de Pilo, el protagonista, en la gran pantalla, aumentado el impacto incluso por la utilización del 3D. Es un buen fin para una trayectoria que lo encontró en el mundo de la publicidad y que posteriormente, al ingresar a Nuts Studios, le dio la posibilidad de llegar al cine. “Se dio casi de casualidad. En realidad no soy animador, no puedo ponerme ese título. Sino que soy sólo un director. En este caso me tocó contar una historia valiéndome del talento de animadores y artistas 3D. Sí, tengo una base en el dibujo, pero más inclinado hacía la historieta, hacia ese tipo de narrativa”, le explica a FANCINEMA.

De manera evidente, La máquina que hace estrellas tiene dos nortes marcados y puestos como caminos a seguir: uno es Miyazaki y el otro es Pixar. Del primero, el film tiene esa historia que pone en el centro del relato a un niño y lo hace convivir con elementos de la naturaleza que se reconvierten por medio de la fantasía, mientras que de los segundos se observa ese cuidado estético y esa construcción de personajes con un humor especial. La película cuenta la historia de un chico maravillado con una leyenda que le cuenta su abuelo: el día que las estrellas se apaguen, un miembro de su familia tendrá que ir a encenderlas. Pilo sueña entonces por ese momento y por hacerse cargo de él.

-¿Cuánto hace que soñabas con tener tu propio largo animado?
Uff, 5 o 6 años. Es un sueño colectivo. Cuando me convocaron a Nuts para ser director, la condición fue esa, que nuestro norte era hacer películas de animación. Y acá estamos, estrenando una, y terminando otra, El último mago de Billembmbudín, basada en un cuento de Elsa Borneman y dirigida por Diego Rodríguez.

-En retrospectiva ¿cómo ves la película hoy en relación a como la pensabas cuando comenzó a desarrollarse?
Uno siempre le ve las fallas, es imposible no estar viendo esto o aquello. Pero con el tiempo te vas relajando y comenzás a disfrutar de lo que la gente te devuelve después de verla. Y en mi caso particular, que es mi primera experiencia en un largo, aprendí que la película termina ahí, en lo que le pasa al espectador. O en todas las variantes que suceden por cada individuo que la ve. Ahora en vez de ver la película y preocuparme en qué está bien o está mal, trato de aprender de lo que sucede ahí, en el momento en que absorben el trabajo de tanto tiempo.

-¿Cuál es el rol que le cabe a un director de cine de animación? O más específicamente ¿qué rol cumpliste vos en este caso?
A nivel narrativo no tiene mayores diferencias que un trabajo de acción real. Lo que varía es el contexto, todo se complejiza un poco. No hay set real, el set está dentro de una máquina, no hay verdaderos actores, sino que el personaje se elabora desde la actuación del que hace la voz y el animador. Y sobre todo lo más complicado de manejar es el tema de los tiempos y la paciencia que uno tiene que tener en cada elemento, en cada planteo, en que nada se vaya por las ramas. De alguna manera el director en un largo de animación es como un gran contenedor, tenés que tratar de mantener todo en su lugar, que nada se escape por los lados, o por arriba o por abajo. Mirando todo desde arriba como un vigía. Los tiempos se acortan, el dinero se va terminando, y todo se va haciendo cada vez más grande y complicado. Finalmente nace la bestia: ¿es tal cual la pensabas? Nunca, pero es un hijo, y uno lo mira baboso, inevitablemente. No salió abogado, pero es un gran tipo (risas). Ninguna de las grandes empresas de animación, ni siquiera Pixar, ha dejado de tener problemas en sus películas de animación, cada uno de sus films tiene anécdotas de escándalos, despidos, problemas de producción…. Obviamente ellos los tapan con plata, nosotros con sacrificio. Creo que es parte del laburo que decidimos encarar, no es fácil.

-Quienes pudimos ver el work in progress en el Festival de Mar del Plata descubrimos algunas influencias de Miyazaki en los personajes y en la temática, y de Pixar en el tratamiento y el cuidado estético. ¿Cuáles creés que han sido tus influencias a la hora de construir el film?
Miyazaki y Pixar… (risas). Totalmente, a la hora de encarar la historia pensamos, “¿por qué no ver a los mejores?”. Así que para ahí fuimos, por supuesto comprendiendo nuestras limitaciones técnicas y presupuestarias, estudiamos sus formas y sus aciertos para tratar de contar algo que al público le gustara. Creo que en este tipo de proyectos, tan costosos, es responsabilidad de los realizadores tratar de tener el mayor público posible, y una de las formas es darles algo que comprendan, que les guste a nivel narrativo. Pero no por eso dejar de lado el factor artístico. Pixar lleva gente al cine, son enormes. Miyazaki es el más grande de todos los cineastas de animación, pero en la Argentina no lleva mucha gente a las salas. Tratamos de seguir los conceptos básicos del maestro, con elementos de la compañía más exitosa a nivel calidad-público.

-¿Se hace difícil no darle lugar a las influencias?
Para nada, La máquina… está llena de influencias, y por momentos más que claras. Como vos decías, Miyazaki, Pixar, también Star wars, Asimov, hasta Aronofsky. Y creo que sobre todo en un primer largo, esas cosas se te aparecen solas.

-También notamos que había un cuidado especial en el trabajo con las voces, algo que entendemos como vital en el cine animado. ¿Cómo trabajaron este aspecto?
Trabajamos con los mejores, y así se hace fácil realmente. Lucila Gómez, Alejandro Auteicial, Verónica Hassan, Pablo Gandolfo. Quizás no son conocidos de nombre, pero cada cosa que vez animación en la tele, está doblada por ellos, acá en la Argentina. Walter Tournier hace poco me comentó esto mismo, que fue un placer trabajar con los talentos argentinos en su película Selkirk, todo se hace más fácil. Decidimos hacer la película en idioma neutro. Para nosotros es el lenguaje de la animación. Ojala que el doblaje en argentino se imponga en algún momento, pero creemos que el verosímil en la animación en este momento está ligado al acento neutro. Quizás Metegol cambie esto y logre instalar el acento argentino como estándar para las películas animadas argentinas.

Un detalle no menor y que hay que mencionar, son los problemas que tuvo La máquina que hace estrellas para conseguir salas. El film estaba terminado en diciembre del año pasado y recién puede tener un lanzamiento ahora. Son los problemas habituales del cine nacional, y que por mucho que se hable institucionalmente no se solucionan. “Por supuesto que esto molesta, pero no es problema del cine de animación, sino que es problema del cine argentino en general. Los espacios están reservados a los tanques de Hollywood, se les da prioridad. El porcentaje de cine argentino en salas está por el 7 % anual, si no me equivoco. Eso lo dice todo”.

-Actualmente el cine de animación parece atravesado por el merchandising. ¿Cómo se hace entonces para pensar una película animada desde el lugar de la obra de arte y no tanto como un producto?
No es que no pensamos en el merchandising, yo sueño con tener un almohadón de Jiva que se ilumine (risas). Pero acá lamentablemente, todavía no ha funcionado. Salvo en monstruos mediáticos como Gaturro, es muy complicado que una película casi independiente de animación le quede resto para producir merchandising. En este punto, nuestros coproductores, Aleph cine, tienen experiencias anteriores con resultados no del todo satisfactorios. Nos basamos en su experiencia y no se arriesgó por ese lado, todo se puso en terminar la película con la mejor calidad posible. Ellos apostaron, vieron el potencial de la historia de Pilo, vieron que se podía hacer la diferencia en el cine de animación actual y nos ayudaron a realizar nuestro sueño.

-Considero que las películas animadas que mejor andan en taquilla son aquellas que funcionan tanto para chicos como para grandes. ¿Cuál es el target de La máquina que hace estrellas? ¿Piensan en eso?
Por supuesto. En esto también nos basamos en Pixar y en Miyazaki. Diría que el target es ese mismo público, no muy para niños muy chiquitos, que quizás se pierdan algunas cosas de la trama, pero igualmente se pueden enganchar con los personajes, sobre todo con Jiva y 19. Y lo suficientemente adulta como para que un adulto se enganche con la historia y pueda sacar conclusiones sobre el mensaje. 19 por ejemplo es un personaje que tiene un humor físico funciona en los niños, pero sus diálogos funcionan en los adultos. En el medio de estos dos se puede decir que está el target real de la película.

-La mayoría de las películas animadas nacionales vienen de materiales preexistentes (Manuelita, Patoruzito, Martín Fierro, Isidorito, Ratón Pérez, etcétera) y no hay muchos (ahora me acuerdo de Cóndor Crux, El arca -a medias-) que estén basados en materiales originales como La máquina que hace estrellas. ¿Por qué creés que se da esto específicamente en nuestro cine?
Creo que es parte de la evolución natural del cine de animación nacional. Antes en la animación norteamericana, los largometrajes sólo se basaban en cuentos clásicos. Creo que como toda industria, comienza como un niño chiquito y se va convirtiendo en adulto. Nosotros seríamos como la etapa adolescente que trata de plantear un cambio, de evolucionar, de animarnos a crear un universo propio y con su propia mitología. Cóndor Crux fue un riesgo importante en su momento, La máquina… continúa ese camino en la actualidad, ojalá el público nos acompañe.

-Particularmente creo que tanto el público infantil como el adolescente es bastante maltratado por el cine argentino. Desde tu perspectiva ¿cómo ves a la producción nacional que apunta a ese público?
Hay poca, no sé si se puede hacer un análisis total sobre esto con tan poca producción para chicos en la Argentina. Tu pregunta anterior está muy ligada a esta también. Como dije antes, es una evolución natural. No diría que está maltratado, pero quizás las fórmulas se agotaron, y hay que comenzar a ir por otro lado. No hay que tenerle miedo a la narrativa occidental, fuera de nuestras fronteras. Por momentos parece que crear una historia usando los parámetros de lo que funciona afuera, es una especie de colonialismo. Yo creo que se puede usar la columna vertebral de lo que funciona, y ponerle nuestra propia piel, nuestra creatividad. Inevitablemente vamos a contar cosas de nuestra idiosincrasia, más allá de que estemos en un pueblo construido en un cinturón de asteroides.

-¿Qué le aporta La máquina que hace estrellas al cine animado argentino?
Uh… crí crí… Qué pregunta. Se podría decir que unos locos que estaban guardados en la sombra, asoman la cabeza ayudados por unos productores que están un poco locos como ellos. ¿Qué vamos a lograr con eso? No lo sé. Un crítico, en el Festival Leonardo Favio en la ciudad de Bolívar, nos dijo: “qué bueno que no tratan a los pibes como bobos”. ¿Eso es un aporte?

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