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BAFICI 2012: las crónicas fantasma (VI)

Por Daniel Cholakian

Al grito de “son todos policías, son todos policías” un periodista cuyo nombre no vamos a develar, increpaba al gurrumín que fungía de encargado de la entrada a la sala, en la cual estaba pronta a comenzar la función. Unos metros más allá, el empleado de seguridad, ese hombre voluminoso de formato indiferenciado vestido de traje y con un cablecito conectado en su oreja, no sabía si hablaban de él o eso que estaba ante sus ojos era un sujeto peligroso. “A vos también, policía. Son todos botones”, vociferaba el hombre de prensa ante la estupefacción de un matrimonio mayor que no sabía si se encontraba ante una sorpresiva performance posmoderna o ante la diatriba enfurecida de un añejo setentista. Lo cierto es que todo se debía a una simple regla comercial: el complejo Hoyts, en función de la potestad que las leyes y el Estado de la Nación y el mundo mundial le delegan, no permite que se ingrese a las salas con cualquier elemento comestible o bebestible que no haya sido comprado en sus propios comercios de expendio de comidas y/o bebidas. No es que prohíben comer o beber dentro de las salas, lo que sería razonable. No pretenden proteger los tapizados y las alfombras de las manchas y las humedades. O salvar a los espectadores de glotones ruidosos. No. Lo que prohíben es que se coman en sus salas elementos que no les sean comprados a ellos.

Supongamos por un momento que alguno de nosotros, por ejemplo Cholakian, por nombrar a algún cualquiera, va al cine con masitas que le acaba de hornear su tía. O como tantos sábados se despertó a las seis de la mañana y amasó unas buenas galletas de avena, miel y pasas. Bien, en ese caso Cholakian no podría ir a ver una película en el Hoyts con su bolsa llena de productos caseros a la vista de todos. Eso sí, podrá comer la plástica pizza en cono o los insoportables nachos con polietileno derretido símil queso. Podrá hacer ruido comiendo pochoclo o tomar bebidas energéticas y comenzar a saltar en la butaca, siempre y cuando la haya comprado en los Hoyts Market, abierto siempre a su disposición. Si Cholakian no fuera tonto, como lo es, y guardara en su mochila las galletas caseras hechas por su tía metros antes de la entrada y las volviera a sacar en la penumbra de la sala, nadie se enteraría.

Si los editores lo permiten, terminado el BAFICI vamos a explicar por qué lo que es obvio, la monopolización del negocio y la apropiación de una ganancia excesiva, es más obvio de lo que creen.

Y la otra pregunta es, ¿por qué el pibe está dispuesto a revisar la mochila de un tipo grande, por no decir viejo, una noche de un día de semana, para cuidar una regla ridícula impuesta por un jefe inexistente? Para entender eso, lamento informarles, no les vendría mal leer a Foucault.

¿Ya se aburrieron? Yo también, por eso cuando la cosa se puso espesa y el periodista hizo convocar al supervisor general, este fantasma decidió que era hora de entrar a la sala.

Quédense, que tengo una par de buenos documentales para contarles.

Cinema Komunisto de Mira Turajlic, es un inteligente y cálido documental sobre la fugaz Yugoslavia y su cine. O sobre la fugaz Yugoslavia en el cine. O sobre la fugaz Yugoslavia, a secas. El líder principal de aquel país, unificado sin dudas a fuerza de sometimiento y negociación, el Mariscal Tito, no sólo era un aficionado al cine (cada noche le proyectaban una película en su residencia), sino que también había comprendido la importancia de este medio como modo de difusión y propaganda. También fue uno de los modos de integración con el mundo “occidental” y de resistir sus pujas con el stalinismo moscovita.  La película cuenta el desarrollo de un cine potente con fuerte presencia del Estado pero también con buena respuesta del público, y con esta historia, cuenta la de un país que tuvo su luz, su apogeo y luego se apagó, en primer lugar con la muerte de Tito y luego con la caída del muro y la disgregación de las diferentes naciones que formaban parte de esa confederación. Entretenida, plagada de estrellas de Hollywood y sorprendente, Cinema Komunisto, es una de las que no deberían dejar pasar.

Notable Tahrir, liberation square del italiano Stefano Savona, cuenta desde adentro, los hechos que sucedieron entre el 25 de enero y el 11 de febrero de 2011 en El Cairo, Egipto, en los días que precedieron a la caída del régimen de Hosni Mubarak. El realizador se instala día y noche con su cámara en medio de la plaza y sin salir de allí acompaña a los protagonistas principales, los jóvenes ciudadanos, rasos y sin liderazgo alguno detectable, hasta la caída del dictador y aún más. Lo que se destaca en esta película son tanto la claridad del punto de vista, el centro de la plaza, el lugar donde un nuevo poder se construyó, y los protagonistas. El director demuestra mucha capacidad de “lectura” del hecho político y se instala junto a los jóvenes, en su mayoría laicos y resalta estos puntos como clave: la juventud e inexperiencia de los manifestantes, la capacidad de convivencia entre musulmanes, laicos y cristianos, la decisión de sostener la protesta contra toda provocación, y la convicción de que lo que ocurre es un proceso, es una situación no clausurada y que la caída de Mubarak es el comienzo y no el final de esta nueva situación política de Egipto. Viva, inteligente y polifacética (y con una factura técnica impecable). Tal vez lo mejor del BAFICI hasta el momento.

No todos los días se pueden andar recomendando dos películas. Así que disfrutemos del buen cine. Hasta mañana.

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