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BAFICI 2012: ¿A quién le estamos hablando?

Por Rodrigo Seijas

Ha terminado una nueva edición del BAFICI y, aparte de las conclusiones más obvias (al menos de mi parte, porque ya se me empiezan a repetir), lo que me va quedando como reflexión final viene más por el lado de la profesión de crítico, del agotamiento que ésta va experimentando en ámbitos como los festivaleros. Este caldo de cultivo ya se me venía acumulando hace un rato largo, porque incluso tengo gente muy amiga, muy querida y a la que respeto enormemente que, directamente, de lo hartos que están, han procedido a huir hacia ámbitos más amigables. Y aunque no he llegado a un punto de hartazgo, sí creo que al menos en mi caso debo ir haciendo algunos replanteos, a pensar nuevamente lo que estoy haciendo, para qué, por qué, para quién. Más aún si tengo en cuenta que ahora estoy en la posición de director de un sitio de crítica de cine (esto de ser jefe implica demasiadas responsabilidades, maldita sea). Todo se me fue disparando (como un tiro en cámara lenta) a raíz de la polémica desatada con Tierra de los padres, el más reciente film de Nicolás Prividera, quien ya había cosechado muchas adhesiones con su debut, M.

Resultó que Tierra de los padres fue rechazada tanto por el Festival de Mar del Plata como por el BAFICI, lo que lo llevó a Prividera y a su productor, Pablo Ratto, a redactar una carta abierta, la cual enviaron para su publicación a diversos lugares, y a la que tuve oportunidad de leer en el blog de Oscar Cuervo, La otra, y en el de Diego Lerer, Micropsia. Allí explican cómo fue (según ellos) el proceso de rechazo por parte de los festivales y plantean la chance de polemizar y/o discutir sobre diversas cuestiones que están presentes desde hace rato con respecto a los festivales estatales: la autarquía, los criterios estéticos, la elección de los programadores y directores, la utilización política. La carta era interesante más por sus planteos generales que por los particulares: se percibía un asomo por hablar sobre procedimientos y acciones que ocurren año tras año, aunque pecara de exponer autorecomendaciones sobre el film casi innecesarias (Prividera luego escribe una segunda carta, donde señala que la intención era determinar de alguna forma el interés “objetivo” de la obra a fines de su argumentación general, lo que más que aclarar, oscurece).

El problema no fue tanto la carta (al fin y al cabo, una opinión bastante atendible), sino la reacción a ella. La cosa fue más o menos así: a Prividera y Ratto los atacaron numerosos lectores en Micropsia (en algunos casos bordeando la falta de respeto), pero también buena parte de la crítica utilizó el tema como trampolín para pasarse diversas facturas y elaborar agendas propias. Cuervo (notorio kirchnerista, con un coherente odio/desprecio por la gente de El Amante y la FUC) llamó “caraduras” a los programadores del BAFICI y “cretino” a Marcelo Panozzo; además de calificar al crítico español Jaime Pena como “parte de una brigada de críticos españoles de derechas” y de “neofranquista cool”, sosteniendo también que “así están las cosas entre los sectores semi-ilustrados de la Madre Patria” y que “será que se merecen nomás a Rajoy y todo lo que les va a venir”. Panozzo aseveró en su cuenta de Twitter: “Vengo viendo con horror cómo se desarrolla el así llamado «Affaire Prividera». ¿Tiene algo que ver con el negocio de los derechos humanos?”. Juan Pablo Martínez utilizó también su cuenta de Twitter para hacer alusión al “pelotudo de Cuervo”. Los dos Diegos, Battle y Lerer, buscaron en sus espacios la mejor manera posible de hacerse cargo del tema sin realmente hacerse cargo. En cuanto a la dirección del Festival, con Sergio Wolf a la cabeza, eligió la típica estrategia del silencio, tan utilizada por los estamentos políticos argentinos.

Pucha ¿tanto zafarrancho de combate por una película? En realidad, ni siquiera por una película, porque de lo que menos se terminó hablando es de cine. Todo fueron chicanas e insultos, donde se banalizaron palabras y conceptos con demasiada historia encima, como “franquismo” o “derechos humanos” (y que ya bastante gastados están). Hasta una palabra como “pelotudo” quedó banalizada, perdida en el medio de 140 caracteres. Justo nosotros, los críticos, que tanta importancia solemos darle a la palabra como herramienta, ignorando la ontología del lenguaje.

Toda esta sucesión de cruces no es casualidad, pues ya existen demasiados antecedentes. En cierto modo, hasta entra dentro de cierta lógica. Al igual que otros sectores “intelectuales”, para la crítica cinematográfica era mucho más fácil posicionarse durante la década pasada. Era mucho más simple elegir ser condescendiente con la gestión de Mahárbiz al frente del INCAA o criticarlo furibundamente, sabiéndose lejano de los esquemas de poder menemistas. Incluso era factible resaltar algunos aspectos positivos de la gestión de Onaindia, sin dejar por eso de combatir a fondo al Gobierno de De la Rúa. Pero el kirchnerismo (o más bien, la época kirchnerista), con sus virtudes y defectos (más los segundos que los primeros en mi opinión), introdujo variables y factores frente a los cuales la crítica de cine argentina no termina de encontrarle la vuelta. Poco a poco, los que estaban en el llano, pasaron a tener poder, capacidad de decisión en temas políticos, logísticos y económicos; o encontraron un tipo de pertenencia partidaria (a favor o en contra del Gobierno nacional, o del porteño) que antes no poseían; o ambas cosas a la vez. Ojo, el problema no tiene que ver en sí por pasar a ocupar cargos políticos o reivindicar un partido. La dificultad surge cuando tanta cercanía hace que no se pueda ejercer una verdadera capacidad crítica: por eso Cuervo es mucho más duro con la dirección del BAFICI que con la de Mar del Plata, o Panozzo habla del “negocio de los derechos humanos”. No existe el distanciamiento necesario, sino una improductiva alienación.

Lo que nos lleva a la siguiente, vital cuestión: ¿a quién le están hablando estos críticos? ¿A quiénes se dirigen? La respuesta, en cierta forma, queda muy a la vista: en primera instancia, a quienes piensan exactamente como ellos, y que al leerlos van a pensar “sí, tienen toda la razón”; y en segunda instancia, a sus respectivos enemigos, que sólo tendrán como respuesta el desprecio o la furia. A los que no les hablan es, precisamente, a quienes deberían dirigirse: a los que no necesariamente piensan como ellos, pero tampoco están en las antípodas, y quieren -necesitan- escuchar argumentaciones pertinentes, propuestas factibles y conclusiones construidas en base a una cadena de razonamientos y justificaciones. Kirchneristas o antikirchneristas, macristas o antimacristas, pro-amante o contra-amante, pro-FUC o contra FUC, todos se terminan pareciendo en eso de discursear en el vacío.

Esto me lleva a preguntarme a mí mismo, como crítico, a quién me dirijo, qué lector quiero construir (porque, aunque a veces se pierda de vista eso, el que escribe también construye su lector). Sigue siendo evidentemente necesario interpelar al lector, generar un ida y vuelta constructivo, que deje atrás la descalificación facilista.

Sé que no le estoy pidiendo a los demás ni proponiéndome a mí mismo algo practicable de un día para otro. Requiere de un proceso en el cual se piense permanentemente lo que se está escribiendo y diciendo. Yo debo reconocer que lo primero que me sale es la descalificación, la ironía barata, el salir con los tapones de punta sin pensar demasiado en las consecuencias. Incluso me pregunto si no estoy cayendo en el pecado que me propuse analizar ahora mismo, al escribir este texto. Será porque soy crítico, pero ser turro me es sencillísimo. Y sin embargo, el proceso debe hacerse, la autocrítica es, a esta altura, imperiosa.

Podríamos empezar a discutir dignamente la cuestión de la autarquía del BAFICI, a tomárnosla con la seriedad que corresponde. A proponer formas de concurso para los programadores y las autoridades, criterios de programación, partidas presupuestarias, prioridades y métodos de acción a corto, mediano y largo plazo. Estamos hablando de comenzar a concebir al Festival dentro un conjunto de políticas de Estado que puedan ser imitadas por otros estamentos municipales, provinciales, nacionales y regionales. Porque lo que se discute es la asignación de recursos públicos en función de una concepción de la cultura determinada.

Política. Estado. Cultura. Son nociones de extrema importancia. No las subestimemos en nombre de la agresión a individuos que van y vienen, que un día están y al otro no. Tratémoslas con cariño, con respeto, con altura.

O quizás podría abandonar el plural, el nosotros y quedarme hablando solo, frente al espejo, re feliz con mi capacidad dialéctica y, principalmente, singular, ¿no? NO. NO. NO.

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