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Intercambio de almas

Título original: Cold Souls
Origen: EE.UU.
Director: Sophie Barthes
Guión: Sophie Barthes
Reparto: Paul Giamatti, Dina Korzun, Armand Schultz, Michael Tucker, Ted Koch, Oksana Lada, Natalia Zvereva, Lauren Ambrose, David Strathairn
Fotografía: Andrij Parekh
Montaje: Andrew Mondshein
Música: Dickon Hinchliffe
Duración: 101 minutos
Año: 2009


5 puntos


Ya no sé qué hacer conmigo

Por Mex Faliero

Intercambio de almas podría ser integrante de una galaxia en la que nombres como los de Spike Jonze, Charlie Kaufman o Michel Gondry fueron elevados a la categoría de dioses. Aquí tenemos esa combinación algo ardua de drama urbano mezclado con ciencia ficción y especulación científica aplicada a lo prosaico, con una narración enrevesada y apuntada más a la reflexión existencialista que al placer de contar. Si a todo esto le sumamos que Paul Giamatti hace de Paul Giamatti, hablamos de un ejercicio de estilo en el que la directora Sophie Barthes hace todo lo posible por mostrar sus referencias y ubicarse dentro de un marco apropiado.

En el film, un Giamatti elevado al rol de estrella de Hollywood se muestra algo agobiado por una próxima puesta teatral de Tío Vania, de Antón Chéjov. El actor está bloqueado porque no encuentra al personaje, y se somete a una curiosa operación por medio de la cual le extirpan el alma con el objetivo de no sentir culpa ni ningún otro tipo de sentimiento. Todo marcha más o menos bien hasta que quiere recuperar su alma anterior, y descubre que fue a parar a Rusia por el tráfico ilegal. Intercambio de almas explota, como era de esperar, ese personaje construido por Giamatti film tras films, el del tipo común algo detestable, que tiene mucho de patético y encuentra el humor en los límites de la misantropía.

Sin embargo, y gracias a la impericia de la directora, la película comienza a embrollarse seriamente, tornándose extremadamente fría y solemne, como si nunca entendiera el humor de sus referencias admiradas. Así, Intercambio de almas más que pertenecer a aquel universo, construye uno paralelo: donde el sentido del humor y la ironía de los originales son vistas como excedentes, y donde lo que importa fundamentalmente es la reflexión filosófica. En definitiva, la película de Barthes se sostiene sobre una única idea, la del Giamatti autoparodiado, que se agota a la media hora porque el personaje Giamatti resulta ficticio y necesita de un universo mucho más interesante que este diseño aburrido para sostenerse.

En definitiva, la película luce estirada, sin rumbo y aburrida, luego de esos primeros minutos donde todas las posibilidades son agotadas malamente. Mucho más cuando una subtrama que sucede en Rusia tome protagonismo, y ya definitivamente nos quedemos esperando por alguien que le insufle algo de espíritu a este cuerpo fofo, de diseño de guión, que desde la canchereada más marmórea se pretende una reflexión sobre el vacío existencial de las celebridades y una mirada lúdica sobre el juego de roles del actor.

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