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Ocho mujeres

Dirección: José María Muscari. Texto: Robert Thomas. Intérpretes: Hilda Bernard, Cecilia Dopazo, María Leal, Emilia Mazer, Norma Pons, Mónica Villa, Katja Alemann y Juana Repetto. Escenografía: Marcelo Valiente. Vestuario: Pablo Battaglia. Diseño de luces: David Seldes y Diego Todorovich. Producción general: Javier Faroni. Sala: Teatro Lido (Santa Fe 1751)


Muy buena


Mujeres en la ruina

Por Gisele Cebrian

Con la dirección de José María Muscari, Ocho mujeres, la pieza escrita en 1961 por Robert Thomas, es una puesta con sorpresivas actuaciones y un ajustado timming que sostiene la intriga hasta el final, con anticlimax que divierten al espectador. De jueves a domingo durante diciembre y de martes a domingos a las 21:30, desde enero, se presenta en el Teatro Lido de Mar del Plata.

En esta tragicomedia con olor a policial, la duda se establece en el primer acto y se resuelve sobre los últimos minutos. La nieve no deja de caer, los perros ya no ladran, el portón de salida está cerrado y el cable del teléfono, cortado. Incomunicadas, las ocho mujeres, seis de la familia y dos sirvientas, deberán resolver el enigma de la muerte de Simón, el dueño de la mansión de campo, que ya acusa la ruina económica. Y buscando entre ellas a la asesina, encontrarán más de una historia oculta durante años.

Ocho mujeres con carácter y con secretos, con sueños frustrados, solas y con ganas de que algo les pase, de librase del aislamiento y la infelicidad en esa casa y esa cultura que las anula. La descripción recuerda al título de una obra de Muscari, Mujeres de carne podrida, aunque en algunas, la fermentación viene de más adentro.

Como en cada pieza, Muscari propone sin prejuicios y los actores aceptan la libertad de jugar el papel. Después de la temporada en el Tabarís y con dos cambios en el elenco (Katja Aleman por Silvia Pérez y Juana Repetto por Violeta Urtizberea), bajo un casting y una dirección actoral que muestra claras las huellas de Muscari, las actrices cantan la misma melodía, y no hay ruido.

Con distintos perfiles de mujeres y distintas tradiciones sobre el escenario, la hetereogeneidad es, más que un obstáculo, el desafío de lograr un elenco con color y con sorpresas. En él, la perpetua adolescente y algo naif Cecilia Dopazo cruza textos con una actriz con plumas y bodegón, como Norma Pons. La consagrada en papeles de abuelita tierna Hilda Bernard se anima a jugar de vieja oportunista y escondedora, con intervenciones pícaras frente a una Juana Repetto que se dirige a su abuela en la ficción con la soltura de una mocosa malcriada, ante la mirada crítica de la tragicómica Mónica Villa inmortalizada en el personaje de Esperando la carroza. Mérito suyo y de otros personajes, el tono local se conserva, a pesar de que Ocho mujeres está ambientada en los años 50, en una estancia, en apariencia, anglosajona.

Entre tanto, las liberales Katja Alemann y Emilia Mazer se deslizan sensualmente como gatos por el escenario, despliegan su cola de pavo real y despiertan la envidia de las otras, las que no se animaron.

María Leal, lejos de aquellos caracteres en telenovelas de mujer modesta y deslucida, es aquí una señora con presencia imponente sobre el escenario. En el personaje de Gaby, una burguesa en decadencia, subida a unos tacos aguja, tiene un andar soberbio sobre las tablas. Cada uno de sus gestos pisa fuerte en la escena y hace un empleo, nunca antes visto en ella, de una potente voz y una pronunciación aristocrática.

La sospecha gira durante toda la obra y se posa alternativamente en cada una. El homicida está entre ellas, y lo saben porque todas tienen un móvil: ambición, celos, ganas de deshacerse del difunto…

Ocho mujeres es bien cinematográfica. No se descubre nada que no haya visto el francés Ozon, quien la llevó al cine con luminarias como Catherine Deneuve e Isabelle Huppert. La puesta en escena remite al cine de Hitchcock, con hermosas mujeres peinadas y vestidas para la ocasión (de ser filmadas, no para un crimen), y recuerda cada tanto que se trata de teatro. Y de teatro marca Muscari. Una música incidental estridente irrumpe para estremecer al público y también a las actrices, que dirigen una expresión de pánico a la platea, deviniendo bizarro el clima de la tragedia.

El timming de Ocho mujeres es exacto, como las intervenciones de cada personaje y el deambular por el escenario (de mediano a chico para tanto trajín), precisamente coordinados.

A todo esto, se suma una excelente elección del vestuario, adecuado a la época y los roles, a cargo de Pablo Battaglia y Alejandra Robotti, y la escenografía, sobria, funcional, de Marcelo Valiente. La música, perfecto complemento de la acción, a la que aporta matices satíricos, es de Sergio Vainikoff, y el diseño de luces, con tonalidades claras en las escenas iniciales y más tenues y focalizadas en la medida en que se adentra en la psicología de los personajes, pertenece a David Seldes y Diego Todorovich.

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