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MAR DEL PLATA 2011: crónicas fantasmas (5)

Por Daniel Cholakian

El fantasma recorre América Latina. Más quisiera que la paráfrasis no fuera sólo una referencia a las secciones de cine del vigésimo sexto festival internacional de cine de Mar del Plata. Vaya el numeral “vigésimo sexto” como colaboración a locutores, presentadores, periodistas y otros colaboradores que utilizan las formas “el veintiséis festival…” o “el veintiséis avo festival…”, tan habituales y poco pertinentes.

Pero este fantasma, que soñaría con que aquella frase describiera este momento de la historia como en 1848 lo hiciera un pequeño y reconocido manifiesto, se refiere a las películas latinoamericanas que, tanto en la sección competitiva como en el foco correspondiente, se están exhibiendo en esta ciudad de Mar del Plata.

Lo cierto es que la cinematografía de algunos países de nuestra región (para mi sorpresa no hay películas de Uruguay), es realmente abundante y rica. A las ya recomendadas Porfirio y Memoria cubana, le sumaremos El velador, de Natalia Almada, y El lugar más pequeño, de Tatiana Huezo Sánchez.

Las cuatro películas elegidas son documentales, son artísticamente muy logradas, construyen narraciones intensas, coherentes y visualmente muy atractivas. El documental no es el género excluyente en el amplio abanico de la cinematografía de nuestro lugar en el mundo, pero lo cierto es que en los últimos años ha consolidado una producción más que interesante. Lo lamentable, vale repetirlo, es que estas producciones son en general producidas por grupos de medios ajenos a la región y menos tenidos en cuenta entre nosotros que por los países productores.

El velador cuenta un momento especial en la historia de la violencia en México, a través de acompañar al sereno del cementerio Jardines de Humaya, el más exclusivo de Culiacán, al norte de México. Lo que cuenta la realizadora es la naturaleza, el origen y el producto de esa violencia, a partir de mirar el entorno del trabajo de este hombre, que cada noche ocupa una pequeña y humilde casucha en un sector del camposanto. Los muertos jóvenes y poderosos, las capillas ostentosas construidas en su homenaje, sus familiares adinerados, los homenajes y los fastos de los sepelios, los trabajadores precarios que construyen los panteones, pauperizados ellos, la radio que trasmite muertes casi en directo. Todo mientras aquel hombre sencillo ordena, riega la tierra, escucha disparos algo más lejos o algo más cerca. El tiempo de la vida sencilla es uno, el ritmo de los que mueren, otro. Con mucha inteligencia y sutileza, Almada mira y no juzga, no valora, no interpreta. Apreciar esto es una de las claves para poder acceder a lo profundo de este excelente trabajo documental.

Oriunda de El Salvador, pero criada y formada como cineasta en México, Tatiana Huezo Sanchez, vuelve al pueblo de sus orígenes familiares, para contar cómo se reconstruye y recupera su memoria, y cómo se apropia de su historia con orgullo y valentía un pueblo que fue casi arrasado por los paramilitares en la guerra civil que entre 1979 y 1992 produjeron cerca de 100.000 muertes en aquel país. Con un formato interesante, con una estructura que se propone como un ayer, hoy y mañana, esta película trae una poética visual trabajada con apropiado sentido político. Aquí lo bucólico no es sólo adorno, es relación de pertenencia con la tierra, con el alimento, con la fuente de vida. Doloroso y optimista, el renacer de Cinquera es un gesto político de resistencia a la opresión, es un gesto de deseo, de identidad y pensamiento de futuro. Por ello El lugar más pequeño es una película que abre puertas al mundo, a las culturas, a la tierra con un sentido superior al mero ejercicio de la pertenencia y la ganancia.

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