Mariela Asensio. Texto: Mariela Asensio, José María Muscari. Intérpretes: José María Muscari, Joaquina Serra. Escenografía: Nicolás Botte. Diseño gráfico: Rocio Paladini. Vestuario: Vessna Bebek. Diseño de luces: Matías Sendón. Asistencia de dirección: María Soledad Tuchi. Producción general: Mariela Asensio. Sala: Teatro Güemes (Güemes 2955)
Buena
Un poco de insatisfacción
Por Gisele Cebrian
, el unipersonal que José María Muscari traerá esta temporada a Mar del Plata, comenzó una gira por localidades de Buenos Aires el viernes 7 en el Teatro Güemes. “Esto no es ficción”, anuncia al comenzar, la obra que escribieron junto con su amiga Mariela Asensio, a cargo de la dirección.
A los 34, dos años después de la presentación de Crudo en el verano marplatense de 2009, el actor, dramaturgo y director José María Muscari, “Josecito”, para los íntimos, vuelve a desnudarse. El inventario de su vida cuenta, más o menos, con lo mismo: una carrera en ascenso, varios éxitos, un dúplex pagado (“peso por peso”) con esfuerzo y decorado a la medida de su único habitante, amigos ocasionales del medio, dos o tres buenos amigos, como hermanos sustitutos, y un círculo familiar de hierro. Se suma ahora un paso digno por la televisión, como bailarín de Showmatch.
Egoísta, ególatra, egocéntrico. Todo exceso cabe en su ego, que es gigante y brillante, pero que también eclipsa a un ser chiquito y opaco, un adicto al Facebook y al Twitter, única compañía a la hora de dormir, un niño indefenso que busca amor, alguien que lo quiera, alguien que lo proteja, alguien que lo limite. Muscari es síntesis de la imperfección humana: íntegra materia de autosuperación, afán constante de trascendencia, maquinaria de creación para la que todo es poco, para la que siempre hay algo por lograr.
El hijo único de la familia trabajadora que lo ama y admira, se siente culpablemente condenado. Un deseo que ocupa todos sus días es adoptar dos (no uno, dos) hijos. A nadie desea ser el único destinatario de tanto cariño y comprensión, y también el único responsable de lidiar con el PAMI y los médicos de sus progenitores. Lucha contra ese sino, y contra otra herencia. El miedo a ser obeso como el padre lo angustia y lo obliga a cuidarse hasta la muerte. Trabaja por convertirse en un envidiado musculoso, ya que no saca de su memoria una foto mental: en la playa y con remera, siempre, aduciendo una enfermedad cutánea, por no desnudar su flacidez.
Hábitos, frivolidades, temores, todo es expuesto en el mismo tono personal y apelativo, que informa y sacude. Crudo es un ejercicio catártico desenfrenado, un pedido de ayuda y de aceptación. “Lo digo en serio, no estoy jodiendo”, es la sentencia que conmina al espectador a volver a examinar ese implícito pacto que lo une al personaje en el acto teatral.
Crudo es un transe doloroso que obliga a ponerse en los pies de su intérprete, a tener vergüenza, sentirse patético. ¿O cómo se sentiría si hubiera sido engañado por un supuesto heredero de Pérez Companc que conoció en alguna red o algún sitio caza-hombres, al que no le vio nunca, pero le promete amor por el resto de su vida? Hasta la risa genera culpa.
Asensio, quien dirige actualmente Lisboa, el viaje etílico (Teatro del pueblo, Ciudad de Buenos Aires), heredó la marca de Muscari, con quien trabajó como actriz o asistente en piezas como Catch o Electra shock y las más recientes Feizbuk y El anatomista.
En Crudo plantó una escena mutante y con escasos elementos, que rompe la famosa “cuarta pared” hasta estimular todos los sentidos del espectador. Muscari habla mientras hace su rutina aeróbica, mientras cocina una omelette, mientras se cambia el vestuario, mientras comparte fotos y videos de su vida, mientras revisa su correo en una pantalla gigante y mientras llama por teléfono a su mamá, Cuqui, para ver cómo anda.
La bailarina, partner y azafata en escena es Joaquina Serra, quien luce las coreografías de Carlos Casella, a veces sola, a veces acompañando a Muscari. El tránsito del actor por largas jornadas de entrenamiento corporal para la TV es evidente, ya que se mueve con mucha más armonía. Omnipresente el pop, desde Beyonce hasta Dímelo, de Enrique Iglesias. Dani Umpi, Justin Timberlake, y los contrastes siguen.
¿Cómo puede ser que José María Muscari esté ahí, parado, hermoso, en un boliche, en una fiesta, en un piso de grabación, en un teatro, y nadie sucumba ante su belleza, su talento y su cautivante aliento? ¿Cómo puede ser que esté ahí, parado, hermoso, y nadie corra a abrazarlo?
“Necesito que alguien me ame. No estoy jodiendo”, grita Josecito.