Por Mex Faliero
Si había una película que quería ver en este 7º MARFICI esa era The ballad of Genesis and Lady Jaye, el documental de Marie Losier que se había visto en el BAFICI y del que entonces me habían hablado muy bien Daniel Cholakian (de quien pueden leer una mini-crítica aquí), David Pafundi y el amigo dibujante Gustavo Sala, augurios reforzados ahora a partir de los comentarios de Gabriel Piquet, quien la pudo ver en el festival marplatense. Pasada la experiencia, reconocer que The ballad… tiene todo eso que uno le exige al cine: sorpresa, buen tratamiento de los temas que aborda, una forma que se justifique con su tema, personajes atractivos y sensibilidad como máxima estética. Es, al menos de lo visto por este cronista, lo mejor del MARFICI.
En verdad no conocía mucho de Genesis P-Orridge hasta este documental, un músico prolífico de la movida del rock industrial de la década de 1960, aunque el colega Juan Francisco Gacitua (mucho más involucrado con las escenas musicales periféricas que quien suscribe), con quien vi la película en la noche del miércoles, me ubicó velozmente en situación. Decir que Genesis es famoso por su trabajo artístico, siempre un provocador y un vanguardista, pero sobre todo un performer al que no le alcanza la puesta en escena, sino que incluye lo físico, lo corpóreo en la experiencia; experiencia que es la del arte, pero también la de la vida misma ya que el arte no puede, bajo el prisma de Genesis, diferenciarse de la vida.
Para ser claros: el músico indagó en algo llamado pandrogenia, que es la simulación a través de operaciones estéticas del aspecto de otro. Porque una vez que conoció a Lady Jaye, Genesis decidió que debía de alguna forma fusionarse en la otra para crear algo nuevo, un tercer elemento que sea la suma de ambos. The ballad of Genesis and Lady Jaye es básicamente una gran historia de amor, como lo dejan en claro las últimas líneas que dice el músico desde el off que acompaña la catarata creativa y disruptiva de imágenes que construyen este documental. Genesis y Lady Jaye, juntos, son una pareja que borda conceptos y los expresa libremente, pero llevando siempre la experiencia más allá de los límites permitidos o tolerados por la sociedad. Hacen de su cuerpo un laboratorio, con el cual negar el género como condicionante social para ser ellos mismos, sin subordinarse a ningún parámetro, mucho menos al cuerpo.
Pero atención que el trabajo de Marie Losier (habitual cortometrajista que aquí se prueba por primera vez en el largo documental) habla sobre eso, pero también sobre muchas otras cosas, especialmente sobre el arte y la búsqueda. Y la inteligencia de su obra reside en no convertirse ni en un retrato horrorizado ni celebratorio, no hay en The ballad… un registro que incorpore la sensación de estar ante un freak. Esto es así porque la narración asume hábilmente el discurso de sus protagonistas, contando casi sin atarse a ninguna convención: se escuchan temas de la banda de Genesis, pero sobre imágenes que no pertenecen al audio; los colores por momentos saturan; las imágenes se repiten, como en loop, resignificándose. The ballad… y el proyecto de Genesis y Lady Jaye son de una potencia política inusitada.
Trabajos como este documental no son sólo grandes obras por ser cuerpos cinematográficos compactos, sino porque además nos ofrecen una mirada novedosa sobre el arte. Algo similar, más allá de algunas diferencias estéticas, es lo que pasa con Gorri, el documental de Carmen Guarini sobre el pintor Carlos Gorriarena. Ya estrenado comercialmente en Buenos Aires, el MARFICI da la posibilidad de conocer este trabajo en la ciudad: Guarini, documentalista de amplia trayectoria y algunos trabajos altamente recomendables como Tinta roja, demuestra aquí su excelente poder de observación para construir relatos que tengan el espíritu del objeto que retrata: Gorri, el documental, se parece bastante a Carlos Gorriarena o a su obra. La directora pensaba hacer este film con el propio Gorriarena como entrevistado, pero la muerte del pintor la sorprendió con el trabajo a medio terminar. Por eso, hubo que salir a buscar y bucear, y tratar de comprender qué deja un artista cuando desaparece físicamente. Lo que halla Guarini es la imposibilidad de contar a su personaje desde un único punto de vista. Gorri consta de tres líneas narrativas bien identificables (el propio pintor entrevistado; su viuda seleccionando obras para una muestra; y especialistas explicando la obra de Gorri), líneas que son como las capas de pintura de los cuadros del pintor y que, recién fusionadas, pueden dar un sentido final. Personaje sumamente atractivo, sobre todo por sus contradicciones, Carlos Gorriarena recibe un film póstumo interesante y complejo porque indaga en el proceso creativo de un tipo que dice desconocer lo que quiere decir cuando pinta. Su voz y la voz de los que lo “explican” construyen un entramado de sentido escasamente lineal que es satisfactorio a la hora de dilucidar un personaje de la realidad.
Decir de este miércoles, que en doble programa con la excelente The ballad… se pudo ver Countryside 35 x 45, documental ruso del que Gabriel Piquet ya dejó una impresión en las mini-críticas y del cual no vamos a agregar mucho más. Un film potencialmente interesante, pero que tiene una indefinición narrativa que lo hace ser demasiado derivativo y poco preciso con su tema central, que es el paso de la Unión Soviética a lo que hoy es Rusia, y el lugar que ocupa la sociedad en ese proceso. Eso sí, con una impecable fotografía en blanco y negro.