Latin American Idolos
Por Gabriel Piquet / Fotos: Carlos Mancino
Teatro Güemes colmado, telón que se abre lentamente y las palmeras más falsas de la historia teatral que acompañan a los instrumentos, mientras un humo de máquina deja su marca espesa en el escenario. El primero en ingresar es Tito Richard Junquera (Lisandro Fiks), contrabajista y director musical quien empieza a marcar el ritmo con su instrumento. Así, uno a uno irán apareciendo: Pocholo Santamaría (Fernando Costa) en percusión; Cristino Alberó (Oscar Durán) en requinto, guitarra, laúd; Angel y su trompeta (Hernán Sánchez) en trompeta; Mambo Méndez (Rubén Rodríguez) en percusión y coros; y Raquelita (Analía Rosenberg) en teclados, para finalmente con la banda a pleno, irrumpir en el escenario de sombrero, anteojos oscuros y un sobretodo blanco Alejo Chino Amado (Alejandro Viola), quien luego de quitarse ese atuendo, nos deleitará con un saco azul oscuro de marcados brillos y una corbata floreada. Chino arremetará entonces en el primer bolero, que con una acentuada palabra –Envidia– nos meterá en este torbellino romántico que finaliza con la frase: “envidia y es de tanto amor”. Chino Amado empieza a contar lo alegre de volver a la Argentina y por consecuencia, a Mar del Plata, en esta “gira interminable” que los trajo a la ciudad. En el primer diálogo entre Amado y Junquera se desliza un chiste que puede ser lo más político que le escuche a Los Amados en sus shows (banda que siempre utiliza la neutralidad en varios sentidos): Finks dice “yo revivo en la Argentina” a lo que Viola le contesta “quién no revive en la Argentina”. Destaco esto porque pasó y no sé si fue muy captado por el público como la mayoría de sus otros chistes. Entre los temas destacan una versión muy bonita de Reloj (ese bolero eterno de Roberto Cantoral) que el público acompañó tarareando a pedido del carismático Chino. En otro de sus temas se oirá “tres palabras son mis angustias, cómo me gustas”, para inmediatamente escucharse una anécdota que le contó Tito Richard Junquera, aunque el Chino luego de recibir una advertencia, dirá que no es él, sino un “amigo” de Tito quien descubrió que su amada lo engañó con el jefe. “Te odio tanto que yo mismo me espanto de mi forma de odiar” dirá el estribillo de la canción.
Quiero destacar varias cosas, la primera es la interacción que tienen Viola y Finks entre tema y tema, que recuerda a los mejores momentos de Mundstock y Rabinovich en Les Luthiers, la aparición en varios temas solistas de Mambo Méndez, que le pone ese color centroamericano que estas composiciones tienen (como cuando interpreta el bolero Poquita fe –de Bobby Capo- con solo de armónica incluido. También los momentos en los que cada uno de los músicos muestra su capacidad técnica con los instrumentos: Raquelita, que en algunos pasajes con su teclado evidencia algo de música clásica en su aprendizaje o también su talento para cantar y tocar el acordeón haciendo un tema en hebreo; Cristino Alberó quien en un momento juega y emula un solo cuasi roquero con el laúd y su constante habilidad para tocar el requinto; la contorsión que lo lleva a quedar de espaldas en el piso a Angel mientras compite con el contrabajo haciendo su solo de trompeta; y el tiempo seguro y firme en toda la percusión que marca Pocholo.
Más o menos a la mitad del show aparece la octava integrante, la cantante invitada del espectáculo de esta gira, Rosa Bernal (Daniela Horovitz), quien canta a dúo junto al Chino otro gran bolero: Historia de un amor, de Carlos Eleta Almaran. La interacción con el público es constante y es otro de los fuertes que con el tiempo Los Amados han ido puliendo, logrando que la gente se enganche y no padezca que el humorista de turno le haga quedar en ridículo usándolo como mero chiste fácil. Chino Amado baila y coquetea con las mujeres que asisten al espectáculo, inclusive regalando souvenirs y prometiéndoles amor eterno.
Para cerrar este show que ya es mítico (como todos los de esta banda) el Chino insta a la gente a pararse y bailar con el tema Yo voy a pie (Lisandro Fiks). Y acá el único punto flojo -si es que queremos buscar uno- y no tiene que ver con la banda sino con el público: este tema que es contagioso rítmicamente no mueve al baile (admitamos que los argentino no tenemos el mismo ritmo en la sangre que los caribeños o los brasileños) y a la gente le cuesta soltarse. Es en el bis, cuando el Chino Amado dice que se le va a entregar algo a la concurrencia (no voy a develar qué), que un poco más sueltos y con ganas de bailar los presentes acompañan como una verdadera fiesta ese eterno hit que es El cumbanchero (Rafael Hernández Marin).
Vuelvo caminando desde el teatro y pienso en que la mayoría de los presentes eran mayores de 40 (calculo a groso modo), y que aunque buscaban el humor se emocionaban al escuchar muchas de esas canciones, todas hermosas: mucho bolero (el ritmo del amor). Y pensé que salvo algunas excepciones (Luis Miguel, algunos temas de los Babasónicos) todavía no hay un revival de este estilo de música. Quién dice que a partir de bandas como Los Amados no haya una nueva generación de románticos que a la luz de la luna esbocen los más agraciados versos a la persona que más desean. Ya me parezco al Chino Amado y su verborragia, pero un show así te deja empalagado en las mieles del amor.