Por Rodrigo Seijas
Ya incubando una gripe, otra cosa típica de mis jornadas festivaleras (fruto del abominable aire acondicionado de los cines y los constantes cambios de clima), fui a la mañana del domingo a ver mi única película del día: la guatemalteca Las marimbas del infierno, de Julio Hernández Cordón, que toma la historia real de un hombre que es extorsionado por una banda de criminales y deja a su familia para ponerla salvo, llevándose sólo su marimba, instrumento musical que es su pasión y sostén. Casi sin ingresos ni esperanzas, se le ocurre recurrir a un conocido y armar una banda que combine el particular sonido de la marimba con el heavy metal. A pesar de su basamento casi documental, la película está contada como una ficción en tono satírico, no exento de cierta melancolía por el fin de ciertas tradiciones y las dificultades por parte de los artistas para abrirse paso en un país que los ignora crecientemente.
El filme es desparejo y en buena parte de su metraje le cuesta construir situaciones sólidas y verosímiles. También le juega en contra el amateurismo actoral del protagonista. Pero tiene a su favor a un par de personajes memorables, entre los que destaca Blacko, quien, como él mismo cuenta, pasó del satanismo al cristianismo y finalmente al judaísmo ortodoxo, y siempre parece estar a contramano. Aún así, se lo nota orgulloso de sus elecciones y haciéndose cargo de los riesgos que corre. La secuencia donde se burla de un compañero de la banda que tiene una remera de Hannah Montana es realmente hilarante.
Ver una obra como esta hace pensar sobre la situación de otros cines. Algunos decían “teniendo en cuenta que viene de Guatemala, no está tan mal”. Esa afirmación podrá parecer un tanto despreciativa, pero no deja de tener cierta justificación. Sucede que Guatemala, así como la mayoría de los países centroamericanos, casi no tiene producción cinematográfica y rara vez han producido algo verdaderamente destacable. Se podría decir que, lamentablemente, no tienen una Historia del Cine, más teniendo en cuenta que buena parte de su material del Siglo XX se ha perdido por completo. Esto nos lleva a reevaluar el panorama en la Argentina, que a pesar de sus vaivenes políticos y culturales sí tiene una Historia, estilos, autores para aportar. Pero también a la permanente necesidad de seguir pensando cómo brindarle una entidad y continuidad a una potencial industria nacional, preservando las distintas vertientes y variables.
Dejando de lado esto por un momento (aunque no tanto), charlando con Fausto Nicolás Balbi, Javier Luzi y Lorena Cancela (recomendamos su blog: www.canonesmarchitos.blogspot.com), quedaba en evidencia que las obras destacables son de autores consagrados: Abbas Kiarostami con Copie conforme; Patricio Guzmán con Nostalgia de la luz; o Apichatpong Weerasethakul con El hombre que podía recordar sus vidas pasadas (Tío Boonme) siguen marcando diferencias y hay pocas primeras, segundas o terceras películas para destacar. ¿Pero a quién culpar? ¿Al BAFICI? ¿Al panorama del cine en general? Quizás las responsabilidades están compartidas: se percibe un evidente descenso de la calidad del cine mundial, con falta de novedades, pero también cierto estancamiento y regodeo en la programación. Igual, nada es tan fácil como andar señalando con el dedito sin aportar algo a cambio. Pero tampoco hay que resignarse a aplaudir sin reflexionar críticamente.