No estás en la home
Funcinema

Una vida deforme

Por Agustín Marangoni

La obra musical de Daniel Johnston no es la gran cosa, hasta se podría decir que es un cantautor mediocre. Tal vez sus dibujos merezcan un poco más de atención. Es un artista, eso es indiscutible; pero el culto a su figura ha crecido exponencialmente por los extraños capítulos que conforman su biografía. Primer punto para desconfiar. Johnston comenzó a sufrir de muy joven los embates de una bipolaridad galopante: intentos de asesinato, violencia física y una mentalidad marginada en el miedo al demonio. Todo está documentado en The devil and Daniel Johnston (2005), una película que muestra paso por paso y con material de archivo cómo se fue construyendo la trayectoria de este muchacho que arrastra fans por todo el mundo, entre los que se encuentran los integrantes de Sonic Youth y hasta el mismísimo Kurt Cobain.

Es difícil determinar si Johnston es verdaderamente talentoso. Sus canciones hablan de féretros y amores no correspondidos, están compuestas en dos acordes mayores que se repiten como martillazos, no hay sutilezas ni segundos planos, ni en lo musical ni en lo poético; todo bien lineal y desprolijo. Hasta ahí nada nuevo. Pero (el misterio de las contradicciones) sus composiciones son efectivas. Entonces, sea cual sea el parámetro que se utilice, prevalece aquello que supera el análisis, como casi siempre. Por momentos vale la sospecha que se hace lo imposible por sobrevalorarlo, hay en los últimos minutos del film un intento desacertado de compararlo con Brian Wilson (líder de los Beach Boys), una estrategia de endiosamiento que termina lastimando al personaje. Y peor cuando se suman testimonios de amigos y familiares que no sólo aceptan la comparación sino que aseguran que es aún superior. La película parece diseñada para ubicar a Johnston sobre el podio de los borderlines que consiguieron encauzar sus impulsos en el mundo del arte. A la pasada se hace referencia a Van Gogh, Lord Byron, Virginia Woolf y Antonin Artaud entre otros. Otro desacierto, simplemente porque no era necesario tomar partido de un modo tan pretencioso.

La película sirve para entender que la vida de un artista y su obra van por caminos distintos. Que Daniel Johnston haya saboteado el vuelo de un avión y haya salvado su vida de milagro, o que haya pasado gran parte de su vida internado en un neuropsiquiátrico, no significa que sea un gran artista. Como documental, The devil… es interesante. Ahora, valorar su obra a partir de esas aventuras es un error. Y la película, para justificar el valor artístico de Johnston, sólo cuenta con el argumento biográfico y la anécdota que Kurt Cobain usó una remera con un dibujo suyo en una sesión de fotografías. Demasiado poco.

-“¿Entonces qué hacemos con los fans? ¿Son todos mentecatos, incluso Matt Groening que va a saludarlo al camarín?”, me preguntaría alguien. No tengo una respuesta demasiado satisfactoria a esa pregunta. Tal vez estaría bien decir que ni siquiera el creador de Los Simpsons está exento de ser un snob.

Comentarios

comentarios

3 comments for “Una vida deforme