Por Rodrigo Seijas
Recientemente, se supo que Disney está empezando con una lenta pero progresiva campaña para buscar el Oscar para Toy Story 3. La intención es que no se lleve sólo el correspondiente a Mejor Película Animada, sino también el de Mejor Película. Sus chances de recibir una nominación son altas (de hecho Up ya ha sido nominada), pero no tanto de recibir el premio, ya que hay unos cuantos filmes (The king´s speech, Temple de acero, Red social, 127 hours, Black swan) que se perfilan con mayores posibilidades.
La estrategia que está diseñando Disney apunta a asociar a Toy Story 3 con filmes que supieron imponerse a pesar de que en primera instancia no coincidían del todo con los parámetros de gusto de la Academia, como El silencio de los inocentes, Shakespeare apasionado, Titanic, El Señor de los anillos: el retorno del rey y Forrest Gump. También en resaltar que ha sido el filme estrenado durante el 2010 que más dinero ha recaudado y que mejores críticas ha recibido.
Debo decir que la decisión de la Disney es bárbara, no sólo financieramente (que es lo que realmente le importa al estudio, las intenciones son básicamente económicas) sino también artística, ética y moralmente. En las infinitas charlas que hemos tenido con la gente de FANCINEMA y allegados, siempre ha surgido una conclusión básica: somos afortunados de ser contemporáneos de Pixar, de haber sido testigos de su nacimiento, de su desarrollo, de su conversión en un referente comercial y estético de la animación a nivel mundial. Es que si generaciones anteriores tuvieron a Walt Disney y en Oriente a Hayao Miyazaki, ahora mi generación tiene a ese grupete formado por John Lasseter, Pete Docter, Andrew Stanton, Joe Ranft, Brad Bird y Lee Unkrich, entre otros. Son el punto de referencia para el público y otros cineastas: cualquier otro filme animado debe ser puesto en comparación con lo que hace Pixar, así como sus películas son una cita casi obligada cada año.
Toy Story 3 daba la impresión de que iba a ser una especie de descanso, una forma de retornar a lo conocido, a lo seguro. Y en cierta forma lo es, pero también no lo es. La gente de Pixar es conciente de que a veces volver a lo conocido implica una revisión profunda, que el descanso acarrea también meditación, que lo seguro debe servir como plataforma para impulsarse a nuevas alturas. El filme de Unkrich utiliza el relato como vía para pensar la saga que integra, a las diez películas que la precedieron, a distintos géneros que la atraviesan.
Al igual que las mejores sagas, como El Padrino o Terminator, Toy Story ha ido pensando y repensando temas, nociones y conceptos, una y otra vez, enriqueciéndolos. Si tomamos un ejemplo básico a escala personajes, el apego del villano que es Lotso en la tercera parte se vincula fuertemente con el que sufría Jessie en la segunda y Woody en la primera. O en lo que se refiere a la ética y la moral dentro de lo lúdico, el “¡juega bonito, Sid!” que le dice Woody al niño destructor de juguetes en la primera parte, se continúa con el debate sobre el papel de un juguete que atraviesa permanentemente la segunda entrega y el futuro lleno de amor que representa la figura de Bonnie en la última película. Podríamos hacer análisis similares con otras variables: el amor, la amistad, el crecimiento, el paso del tiempo, la infancia, la adolescencia, el poder de la imaginación, el valor de entretener.
Toy Story 3 se merece el Oscar a Mejor Película porque recibió las mejores críticas, porque fue el más visto, pero también porque sería un formidable gesto para el final de una de las sagas más parejas y complejas de la historia cinematográfica, además de una recompensa a un conjunto de creadores que le han dado mucho a Hollywood y al cine en general durante las últimas dos décadas. Pero, esencialmente, porque darle un Oscar a Pixar sería un gesto de reconocimiento hacia lo que el estudio representa: a los chicos, al mundo infantil, a ese universo que en cierta manera está integrado a otros componentes de la realidad, pero que conserva su propia autonomía.
La Academia ha distribuido muchas veces sus premios de forma tardía y errónea, pero en algunos casos ha acertado. Si nos fijamos en los últimos años, supo galardonar a una de las mejores expresiones del cine de los hermanos Coen –Sin lugar para los débiles– y otorgarle el primer Oscar a una mujer en la dirección -Kathryn Bigelow-. Si nos ponemos a especular, hasta podrían recompensar al director de otro filme: David Fincher, por ejemplo, ya viene acumulando unos cuantos méritos, y Red social es su mejor trabajo. ¿Por qué no entonces consagrar como gran ganadora por primera vez a una película animada? ¿Por qué no darle todos los honores correspondientes a Pixar? ¿Por qué no aplaudirlos de pie, como corresponde?
Por eso pido, humildemente, un Oscar para Toy Story 3, un Oscar para Pixar. Y no creo ser el único con el mismo deseo.