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Sinfonía para atolondrados

Por Agustín Marangoni

La lentitud no es la exacta contraposición a la velocidad. Los antónimos son sólo ficciones semánticas, igual que los sinónimos. El cine también es ficción, como Papá Noel y la cuadratura del círculo. O como el círculo. O el cuadrado. ¿Alguien vio un cuadrado alguna vez? Evidentemente no: es sólo una composición geométrica que existe como concepto. La perfección de cuatro lados iguales que forman una figura con cuatro ángulos rectos es sólo una posibilidad de la imaginación.

Bueno, ya. Silencio. Va a empezar la película. Me acomodo en el sillón, ubico mis pies adentro de una palangana con agua caliente y me enrosco en una frazada color pollera de escocés. Títulos. Comienza Corre Lola corre.1998. Por la fecha parece una película antiquísima. Pero el clima que logra es demasiado actual. Me ahorro la metáfora con el ritmo de las relaciones humanas en los albores del siglo XXI: simples miradas y doble clicks.

Suena el teléfono, atiende Lola, es su novio que dice que un transa le va a llenar el cráneo de plomo si no le entrega un dinero que perdió en el tren hace minutos. Lola respira profundo y arroja el tubo al aire. Se enciende la carrera y los primeros bits. Los encargados de musicalizar esta apología a la velocidad en tres actos son Tom Tykwer (también guionista), Johnny Klimek, Reinhold Heil. Entre los tres idearon un palacio sonoro electrónico que sirve como hilo narrativo. El apuro de Lola es aún más apremiante cuando de fondo Franka Potente (ella misma en la vida real) canturrea que no cree en el miedo; tampoco en el dolor.

La escalera, los dibujitos y el perro. Lola sólo puede correr. Rápido. Rapidísimo. Tanto que en la calle el mundo está lento. Ella se apura sabe que no puede detenerse hay una vida en juego el que amenaza no perdona ni ofrece la posibilidad de escaparse es imperioso afrontar la encrucijada lo único que se puede hacer es correr cualquier pausa representa una opción menos suena el teléfono pero mejor seguir hasta conseguir ese dinero que es mucho y tiene que aparecer el cargador del dealer no va a entender de excusas ella que es una niña de pelo rojo sabe que no puede detenerse sólo le queda correr hasta agotar fuerzas propias y ajenas el tránsito es un problema su padre es un problema ella practica un secuestro está enamorada pero algún día lo va a olvidar piensa mientras sube por un ascensor y ajusta los dedos al gatillo de un arma robada está fuera de sí y su novio aguarda mirando el reloj las agujas que giran y la música que te empuja a sacar las patas de la palangana y te obliga a saltar a correr sin pausas como Lola.

La tensión nunca se diluye. Los finales son felices e infelices. Son tres, bien distintos. Hay muerte, azar, también algunos gritos, sangre, amor. Y la música siempre está en primer plano. Corre… llegó en plena transición del formato analógico al digital. La gran mayoría conoció estas peripecias desde un vhs, es decir con un sonido deficiente en comparación con los laberintos mágicos que ofrece hoy la tecnología. Verla en un equipo 5.1 es redescubrir una pieza maestra del cine contemporáneo, principalmente por la potencia sonora. Sólo el tiempo permite vislumbrar si aquello que alguna vez se denominó arte envejeció bien o mal. A 12 años de su estreno, volver a introducirse en la gramática industrial de Tykwer, Klimek y Heil es una experiencia conmovedora. Hay momentos en los que, más allá del notable trabajo visual, es necesario cerrar los ojos para disfrutar de la música más profundamente. Punto a favor, y muy grande. La vida es un camino sensorial. La modernidad es, a veces, sólo la búsqueda a ciegas de lo inmediato. Corre Lola corre es una inteligente refutación a ese concepto.

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