La escasa producción del cine chileno parece todavía devorada por una presencia secundaria pero decisiva: la del dictador Augusto Pinochet, que sobrevuela tanto Lucía, de Niles Atallah, como Post Mortem, de Pablo Larraín, proyectadas hoy en el Festival de San Sebastián.
Atallah nunca vivió bajo su dictadura, puesto que nació en Estados Unidos hijo de un emigrante chileno, mientras Larraín nació después el golpe de Estado que retrata en Post Mortem y apenas recuerda algunas pinceladas de la época del régimen de Pinochet.
Pero ambos han sentido la necesidad de introducirlo en el subtexto de su discurso cinematográfico. Larraín cuenta el alfa y Atallah el omega.
«Cuando murió cundió la sensación latente de que algo iba a pasar y nunca pasó nada», argumenta en entrevista con EFE este último, quien basa en esa tensión «entre lo estático y dinámico» el exquisito bodegón humano que es Lucía.
Larraín, que nació en 1976 en una familia vinculada con la clase política de la derecha chilena, cuenta con asepsia un amor obsesivo desde la morgue donde se diseccionó el cadáver de Salvador Allende en 1973.
«Es una materia que me interesa porque no logro comprender. No está resuelta desde mi perspectiva y esa no resolución me hace ir a ese lugar», reconocía en el Festival de Venecia el director de Tony Manero.
Entonces, ¿se puede hacer cine de hondo calado en Chile pasando por alto su historia reciente? «Yo no quería retratarla directamente, pero los festivales de cine muestran un interés inmediato por una película sobre este tema», explica el director de Lucía.
Larraín, que considera a Pinochet «el fantasma» que vaga por su celuloide, aseguraba que «es un tema que no hay manera de evitar. Está ahí, en el aire. Creces con esa información y hay dos tipos de personas en Chile: los que vivieron el golpe de Estado y los que no».
Pero, en esta nueva generación, la memoria histórica ha pasado a ser un tapiz doloroso compatible con lo cotidiano e incluso con lo bello.
Lucía apuesta por una técnica basada en la cronofotografía decimonónica, lo que a día de hoy parece como la versión con actores reales de la animación stop-motion. «Era trabajar literalmente de cuadro a cuadro y componer una secuencia de miles de cuadros».
La apuesta estética es coherente con el fondo humano de su cine: «la luminosidad y la textura de la casa donde se rodó han dado forma a la historia», explica el cineasta debutante.
El tiempo, como también sucede en Post Mortem, «no transcurre, se inmoviliza». Es un cine que germina en un instante suspendido en el limbo. «¿No te aburres?», le pregunta Lucía a su padre. «Sí», le dice él mientras sigue viendo por la tele el funeral de Pinochet.
Como cuando, con centenares de cadáveres acumulados en el hospital forense de Santiago de Chile, el protagonista de Post Mortem vuelve a casa como si acabara de cerrar su tienda de cucuruchos.
La casa de Lucía, un microcosmos abigarrado de flores y de fotos, tiene aroma «como de catedral, como de un santuario que también tiene un punto de horror», explica el director.
Como en un deambulatorio de emociones apagadas y plegarias no atendidas, se intuye «la nostalgia de una época que fue mejor, pero quizá no fue mejor», resume. «Pero desde luego es una historia de intimidad. Tendría verdaderos problemas para hacer una película sobre la dictadura», asegura Attalah.
Larraín juega, en cambio, a «desideologizar» la Historia al ambientar la suya al margen de los acontecimientos que marcaron su país para siempre, pero en el lugar donde en parte sucedieron, pues rodó «en el mismo lugar, en la misma cama, con la misma luz y los mismos instrumentos» utilizados en la autopsia de Allende.
Hoy en San Sebastián, Lucía deslumbró a los que se acercaron a verla en Zabaltegi Nuevos Directores, y Post Mortem volvió a resultar escalofriante en la sección Horizontes Latinos de San Sebastián como lo fue en el concurso de la Mostra de Venecia.
Todo ello pese a que en ninguna de las dos películas se invoca la esperanza. «¿Alguien conoce a alguien en su vida que se haya redimido?», se preguntaba Larraín en Venecia. Con las imágenes del funeral del dictador, Lucía se encarga de responderle.
(Fuente: EFE)