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Mirtha ¿por qué no te morís?

Por Rodrigo Seijas

Estoy podrido de que una vieja mediocre como Mirtha Legrand se la pase diciendo estupideces con total impunidad.

Estoy cansado de su programa que acaba de cumplir 42 años en el aire pero atrasa el doble. Porque en verdad es prehistórico, ni siquiera califica como televisivo. No tiene dinámica, es lento y esquemático. Y, principalmente, está conducido por una anciana que no acepta que se le vino la vejez encima e intenta disimularlo con infinidad de cirugías, toneladas de maquillaje y puteadas a la gente que trabaja alrededor suyo.

Me tiene harto que se le justifique todo lo que hace porque es exitosa, como si para poder hablar uno tuviera que ser masivo, porque es eso lo que te haría mejor que los demás y te autorizaría a expresarte. O que se la tenga entre algodones porque “bueno, pero está vieja”. Sí, ya lo sé, pero que yo sepa, no tiene Alzheimer, así que mejor que se haga cargo y no se queje cuando la agreden de la misma forma que ella agrede.

Me irrita hasta la exasperación que los sectores supuestamente progresistas de este país no tengan mejor recurso que tomar como bandera a un incoherente como Carlos Rottemberg, que se hace el pistola diciendo públicamente que él no está de acuerdo ideológicamente con Mirtha, mientras le sigue produciendo sus almuerzos retrógrados. Sí, Rottemberg, el mismo cuya doble moral le permite posicionarse como un romántico de la producción teatral, un innovador que recupera y restaura teatros en Mar del Plata, a los que luego tiene abiertos durante tres meses del año, exhibiendo obras vanguardistas, como Fantástica o Valientes, o claramente originales, como la reposición de Brujas.

Me rompe las pelotas que a Mirtha la hayan consagrado como Madrina de Racing. Después nos extrañamos de nuestras desgracias. ¡Maldición, hasta prefiero que tengamos de madrina a Soledad Silveyra!

Me hincha mucho los huevos que a esa decrépita irresponsable le hayan abierto las puertas del Teatro Colón, para que se siente a charlar con un imbécil criminal procesado por la Justicia como Mauricio Macri, que se apropia de una obra que empezaron Ibarra y Telerman para hacer marketing y levantar la imagen de un Gobierno que es el peor desde la era Domínguez.

Me dan ganas de soltarle una trompada cada vez que habla de política. Lo hace taaannn suelta de cuerpo ella, sentadita cómoda en su silla, afirmando con cara de indignada que el Gobierno nacional “odia al periodismo”, mientras la transmite el canal América, propiedad del Grupo Vila Manzano -que echó a doscientos trabajadores de La Capital de Rosario porque apoyaron la Ley de Medios-, acompañada de Nelson Castro (que alguna vez fue periodista) y Luis Majul (que nunca fue ni será periodista). O comentando, como al pasar, que a ella no le importa lo que pasa en Honduras, donde este año ya asesinaron a nueve periodistas, mientras Francisco De Narváez, Macri, Gabriela Michetti y Felipe Solá -esos cínicos- le festejan el chiste.

Me supera que Mirtha sea sólo una parte de una televisión cuyas formas, contenidos y discursos están acabados hace rato. Porque no sólo está ella. También están Susana, el único dinosaurio vivo que existe; Tinelli, que con su explotación mórbida del SIDA de Pachano ya se superó a sí mismo en decadencia; Pergolini y su prole, quienes en algún momento fueron rebeldes sin causa, pero ahora son unos rebelde way; sin olvidar a los muchachitos progre de 678, muy duchos en eso de ver la paja en el ojo ajeno, mientras usan los mismos métodos discursivos que la derecha de la que se declaran furiosos antagonistas.

Pero lo que más me jode es el público. Esa enorme cantidad de espectadores que consumen este contenido y las personas que los producen, que rara vez buscan algo nuevo y toman a estas celebridades como referentes. Ellos, junto con esa rara extensión que es el periodismo y sus instituciones representativas. Las mismas que cada año le otorgan a estos muertos vivos un Martín Fierro o los elogian a más no poder.

Pero si hay algo que no me jode es que la impunidad con que se manejan estas personas está a la vista. Transan, callan, mienten, se dejan comprar; no lo reconocen, no se hacen cargo, nunca hacen mea culpa; señalan al otro, vociferan, se rasgan las vestiduras, usan palabras “importantes”, como si estuvieran limpios e inmaculados. Y aún así, siguen caminando por la vida asumiendo que todos somos tontos, que no nos damos cuenta. El problema Mirtha, Susana, Marcelo, Mario, gente de 678, es que algunos de nosotros no somos TAN estúpidos. Yo, por ejemplo, sé, estoy al tanto de su hipocresía, de sus manejos oscuros, de su mediocridad. Y puedo asegurar que no se merecen ni mi desprecio.

Por eso, confiado -porque la muerte les llega a todos-, espero pacientemente que se mueran. Cuanto más pronto, mejor.

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