Por Rodrigo Seijas
El primero, Rompecabezas, ópera prima de Natalia Smirnoff, quien ha sido asistente de Lucrecia Martel. Un debut esperanzador, hay que decirlo desde un principio. La directora cuenta la historia de una mujer (Maria Onetto, pura expresividad a través del rostro), ya demasiado habituada a la rutina, que descubre una pasión en su vida, vinculada con los puzzles. Esa particular revolución en su vida, que primero oculta a su familia para luego ir esclareciéndola lentamente, va en paralelo con una serie de descubrimientos por parte de su marido y sus dos hijos, quienes también se van hallando a sí mismos. Estamos hablando básicamente de un relato familiar, donde el encontrarse a sí mismo implica también darse cuenta de lo que implica el otro en nuestra vida. Smirnoff recupera ciertos aspectos de la puesta en escena de Martel, pero con objetivos diferentes. En vez de crear climas asfixiantes, busca liberar a los personajes. En donde evidentemente coinciden, de forma muy saludable, es en el acercamiento a los cuerpos, sin ningún tipo de juzgamiento.
Luego, en la videoteca, tuve la oportunidad de ver Secuestro y muerte, el nuevo filme de Rafael Filippelli, un abonado del Festival, venerado por unos cuantos. Para mí, teniendo en cuenta lo mucho que me aburrió Música nocturna, un realizador altamente sobrevalorado. El argumento, basado libremente en los acontecimientos vinculados al secuestro y fusilamiento del general Aramburu por Montoneros, es todo lo contrario a lo que promete. No hay ambigüedad, sino puro vacío. No hay acción, sino una espera banal. No hay un diálogo, un enfrentamiento claro de ideas, sino puro discurso sinsentido. Creo que no habrá tercera película de Filippelli para mí.
Bueno, me voy a dormir, porque mañana es fin de semana. Y en los festivales, los días que menos se descansa son los sábados y domingos.