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Funcinema

El último gran mago

Inmortalidad

Por Cristian A. Mangini


5 puntos


“Estoy cansado de luchar.
Creo que esta cosa me va a vencer”

Harry Houdini

Harry Houdini ha atraído la atención del cine desde sus comienzos más remotos, como un fenómeno popular que cobró notoriedad entre los tempranos años (pero con una industria ya desarrollada, lejos de ser primitiva) del cine. El mago fue probablemente uno de los íconos populares más poderosos del siglo XX, capaz de conmover a un público ansioso de ver las maravillosas secuencias de escapismo, generando una ilusión que el cine explotó en el turbulento mundo de la década del ‘10 y el ’20. Convencía al mundo de que lo que hacía era real y la gente permanecía con la deliciosa duda de alguien que había sabido volar y desafiar a la muerte en numerosos escenarios. Ahora hay programas televisivos idiotas que se dedican a desmantelar los trucos de magia, con un aire positivista que hubiera sorprendido a los científicos dogmáticos del siglo XIX. Lo que no saben es que el inconsciente colectivo les da y les quita vida a esos trucos, y la memoria colectiva les da inmortalidad a esos magos que son como médiums de lo que la gente busca desafiar.

Houdini también fue el blanco de varios biopics, documentales e incluso una película sobre hadas (Fairytale: a true story, Charles Sturridge, 1997) que extrañamente encierra notablemente el espíritu del mago. En los últimos años hubo una película sorpresivamente buena, con un elenco brillante y un trabajo técnico notable que se llama El ilusionista (Neil Burger, 2006) y tiene en el contexto histórico (aunque es anterior a Houdini) la presencia determinante de la época y la relación de la ilusión mágica con el cine (un juego de ilusiones visuales, después de todo).

En el caso de la película de esta semana hay una historia romántica que se entrecruza con los últimos momentos de Houdini (Guy Pearce), luego de la muerte de su madre. Aquí tendremos también esa faceta del mago que se denominó como “azote de espiritistas”, donde se dedicaba a revelar como engañaban a la gente con el espiritismo, especialmente luego de que alguien pretendiera comunicarle las últimas palabras de su difunta madre. Y bien, la ficción se encargó de crear dos personajes que, tras el desafío instalado por Houdini (decir las últimas palabras de su madre) intentarán ganar el dinero que necesitan para sobrevivir. Y aquí comienza a desenvolverse una historia que revela cuestiones edípicas del mago, el lado oscuro de su personalidad y la fama, y la suerte de nuestras protagonistas, madre e hija (Catherine Zeta Jones y Saoirse Ronan),  mientras se revelan las motivaciones que llevaron a Houdini a poner el desafío. También estará el representante de Houdini (Timothy Spall) intentando que las cosas no salgan a la luz, mientras entabla una singular relación con Mary y Benji McGarvie una vez que aceptaron el desafío.

La primera hora de la película es excelente y luego, a partir del desarrollo de una serie de subtramas y un desenlace que carece de un climax interesante, llega un final que puede resultar decepcionante. Más allá de algunas cuestiones de fotografía en exteriores la ambientación de época llevada a cabo por Gilliam Armstrong es notable, y demuestra la capacidad de esta directora para elaborar las películas de época. No se remite a una sobrecarga de vestuarios o decorados donde aparece la figura de los actores, sino que ilustra con planos generales el contexto de la película (la ciudad gris post revolución industrial, los escenarios góticos, etc.) para luego, si, dar lugar al trabajo de actuación y diálogos en el que se sostiene bastante este film, desde planos medios y encuadres bien definidos. También hay unos pocos planos largos donde el paneo describe perfectamente secuencias como la llegada de Houdini a Edimburgo. Pero si la película falla, no es por la puesta en escena.

El guión, la historia, se sostenía bien porque introduce a los personajes que logran actuaciones notables en esos gloriosos primeros 30 o 40 minutos. Hay un costado lúdico que atrapa al espectador y define la oscura personalidad de Houdini sin la necesidad de ser lo explícito que se es luego durante el desarrollo y, más subrayado, en el desenlace. Los puntos de giro de los personajes están mal resueltos (el cambio drástico del personaje de Catherine Zeta Jones, por ejemplo) y la subtrama que tiene como protagonista a Saoirse Ronan es floja, más allá de su impresionante actuación (una de las actrices jóvenes más prometedoras) y su capacidad de dotar a los personajes de una fluidez que pone en ridículo por momentos a Catherine Zeta Jones. Las secuencias oníricas del film, particularmente las del mago (dicho sea de paso, un enorme trabajo de Guy Pearce que cada vez es mejor actor más allá de los papeles que le toquen) están bien trabajadas y complementan el relato, no las del personaje de Benji, que aportan demasiado poco a lo que, se sabe, inexorablemente sucederá. Sin lugar a dudas la directora lo hace para dar lugar a cierta proyección del personaje de Houdini en los dos referentes femeninos, pero funciona de manera poco clara y queda disperso en el relato. Y si, el final es flojo, convencional y lleno de lugares comunes que parecen un despropósito con lo minima y sugerente que había sido la introducción. Parece como si durante la mitad del film hubieran cambiado al equipo de guionistas, de la misma manera que el personaje de Catherine Zeta Jones pierde peso e intensidad al igual que su actuación  (a diferencia de Guy Pearce, Saoirse Ronan o Thimothy Spall que sostienen estoicamente el film hasta el final).

En definitiva, una película que dejará insatisfechos a la mayoría por la falta de dirección del guión (¿es romántica, es un thriller, es un biopic?) pero que insólitamente no falla en actuaciones o puesta en escena, sino que falla en lo más básico que es relatar la historia. Esto se nota especialmente hacia el desenlace y más allá de lograr algunas alegorías interesantes sobre la ilusión como espacio entre la vida y la muerte, y cierto psicologismo bien tratado y actuado por Guy Pearce, que está lejos de la cuestión edípica que se repite de forma redundante hacia el final.

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