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Entre la vida y la muerte

Sentimental

Por Mex Faliero

Sin los aires revisionistas de Los imperdonables de Clint Eastwood, sin la nostalgia de Pacto de justicia de Kevin Costner ni la necesidad de imponerle vigor al género para seducir a nuevos públicos, como pasaba en la remake deEl tren de las 3:10 a Yuma de James Mangold, Entre la vida y la muerte avanza con un ritmo cansino, confiado de su cuento y con una verdad en la punta de la lengua: el western sin autoconciencia es posible hoy.

Que conste, la segunda película como director de Ed Harris no llega a tener la potencia de aquellas citadas anteriormente (cada una en lo suyo funciona perfectamente) porque por empezar su anécdota es si se quiere menor, pero además y fundamental, por que no tiene ni la ambición, ni las ganas, ni el más mínimo interés de quedar en la historia.

Casi un anacronismo en sí mismo, el film de Harris fue construido como si el western fuera un género en continua producción. Taquillero, esperado, apreciado por el público de hoy. Y en ese contexto, Entre la vida y la muerteocuparía un noble lugar de artesanía, de producto que potenciaría una industria sin descollar pero hecho con armas nobles, con inteligencia y sensibilidad.

En el pueblo de Appaloosa manda la fuerza bruta en la piel de Randall Bragg (Jeremy Irons), un tipo capaz de matar al sheriff porque quiere llevarse detenidos a un par de sus muchachos. Y allí llegarán para impartir la ley, también con balas, Virgil Cole (Ed Harris) y Everett Hitch (el cada vez mejor actor Viggo Mortensen) dos hombres con una relación plagada de silencios cómplices que viajan por el territorio norteamericano protegiendo a quienes se sienten oprimidos.

Sin embargo, basada en la novela de Robert Knott, Entre la vida y la muerte es una historia de amor antes que una sobre la ley, la justicia y los límites de la fuerza bruta. Sí, todos esos temas están, pero se aplicarán mejor a la relación que emerge entre Cole, Hitch y la recién llegada Allison French (Renée Zellweger). Cómo los hombres bruscos se acomodan al amor, cómo lo sienten, cómo le ponen una barrera a su rol social para impedir que se trague su mandato afectivo, son temas que parten desde el western, rumbean hacia el romanticismo y hasta tiene pinceladas muy bien llevadas de screwball comedy, como esa escena luego de que Cole y French tienen su primera noche de amor.

Lo más interesante de la película de Harris no está tanto en el triángulo amoroso en sí, sino más bien en el vínculo entre Cole y Hitch. Apelando un poco al homoerotismo de aquel diálogo sobre masturbación en Los imperdonables, ambos bandoleros se rodean de códigos viriles pero de silencios cómplices. Hitch conoce más de las necesidades de Cole, que lo que el propio impertérrito sheriff registra. No en vano el propio Hitch, que narra en off algunos pasajes, sabe que le ha salvado la vida a su amigo de alguna manera.

Entre la vida y la muerte habla de cómo ser mejores personas. Charlando sobre bandoleros y velocidades con las armas Cole le dirá a Hitch que no es el mejor “porque tiene sentimientos”. Y no es una crítica negativa. Harris y Mortensen descuellan, pero tal vez el director y actor tenga un personaje mucho más tradicional, de hombre rudo y pocas palabras. Es precisamente el protagonista de Una historia violenta quien maravilla con un personaje que va creciendo de a poco, que carga con total conciencia su rol de ladero, que tiene códigos que lo llevan a renunciar, que duda sobre la legalidad de sus acciones y que antes de alejarse tiene que resolver las cosas. En su cuerpo se lee la caligrafía del western, del héroe solitario. Inevitablemente solitario. No gratuitamente el film termina donde termina y no antes.

Antes de ese preciso final, hay una par de derivaciones del conflicto principal, algunas vueltas de tuerca que no convencen y dilatan las acciones. Aparece una carga de cinismo en el personaje de Irons, que elabora un subtexto sobre la relación del poder y la violencia en la construcción de la Nación, que resuena atractivo pero llega como extemporáneo. De todas formas no interesa demasiado, los personajes ya estaban construidos y nos importa su suerte. Entre la vida y la muerte es un western como los de antes, contenido, parco y sentimental.

7 puntos

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