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100 % lucha, la película

Elogio de Osvaldo Príncipi

Por Mex Faliero

El tipo se para delante de los luchadores en su peor momento: acaban de destruir el vestuario, de tomarse a piñas, de perder la camaradería obtenida con tanto sudor. Se para delante de ellos y los arenga, les dice que se olvidaron sus principios, que dejaron atrás la esencia deportiva y se convirtieron en comerciantes. Y lo dice con energía, convencido. No le importa que delante tenga un grupo de patovicas vestidos como para un baile de disfraces. Hay fe y falta de sentido del ridículo. La cámara en mano vibra. Es un raro momento cinematográfico debido a ese querible personaje ficcional llamado Osvaldo Príncipi.

Relator de boxeo en televisión, desde siempre, desde el timbre de su voz, no podía estar destinado a otra cosa que a convertirse en un personaje entrañable. Pasó por las huestes de Marcelo Tinelli pero supo irse a tiempo y su serpenteante trayectoria lo llevó a también a la radio, formando una dupla delirante con Guillespi en radio Mitre. Pero tal vez su última escalada, como relator de 100 % lucha lo haya puesto en el lugar más extraño jamás imaginado. Su construcción fue primero una modulación algo singular, que luego supo traducir al traje de bufo que le otorga su presencia de comediante inigualable.

Digo, hay que ser muy grande para por un lado ser un muy buen relator de boxeo, conocedor enciclopédico y también autor de interesantes libros sobre esa actividad deportiva, y a la vez ser la voz oficial de un espectáculo circense como estas luchas libres televisivas. De qué forma uno construye semejante personaje sin morderse la cola o perder credibilidad. Hay una manera: tomándose las cosas en serio y nunca tomarle el pelo al espectador.

Y allí va Príncipi aportando con su presencia una impostada seriedad a Viloni, La Masa y los suyos, pero además otorgando gracia a las cada vez más apolilladas transmisiones deportivas de nuestra televisión. Su figura es la de la felicidad de la autoconciencia desembozada. Su protagonismo impensado tiene la dinámica de lo espontáneo, de allí que su humor carezca de fórmulas y la imprevisibilidad dote a todo su acto. Casi no hay comediantes a la altura de Osvaldo Príncipi en nuestra televisión y cine.

Cada aparición suya en 100 % lucha, la película, es la felicidad misma. Desde esa mágica arenga (una lectura impecable del subgénero de películas deportivas; y pregunto: ¿alguna vez el cine nacional se va a acordar de las emociones que provocan los subgéneros?) hasta los momentos de relato, donde osa decir en un producto 100 % para chicos la frase “¡qué golpe al escroto!” con un desparpajo total, transformándolo ya en uno de los onliners del año.

Qué dudas hay que 100 % lucha en televisión se construye sobre la gracia del relato de Príncipi, sobre sus ocurrencias como los golpes o las tomas características de cada luchador. Pero afortunadamente, la película de Juan Iribas se edifica sobre ese mismo espíritu juguetón de lo impensado que impone el relato (aunque es llamativo por tratarse del producto que se trata, que las peleas sobre el ring carezcan de importancia narrativa). A una trama de cartulina, editada con hacha, el film le contrapone un espíritu Clase B, chatarrero, afecto a la acción por sobre todas las cosas y con un amor por sus personajes, sus conflictos grasas y su mundo berreta que muchos quisieran. Todo es diversión y desparpajo. El film tiene la suficiente inteligencia como para sacar provecho de sus falencias (es imposible hacer actuar a Viloni) como de animarse a construir algunos gags y situaciones originales y ocurrentes: el chiste con el celular, los solos de guitarra de Viloni, sus escenas de amor interrumpidas o que La Masa vaya a cenar con su capucha es una muestra de ese ridículo aceptado, explorado y explotado.

Pero además, y si hilamos fino y jugamos con los materiales que propone el film, nos atrevemos a ver allí una historia donde lo que prima es el honor y el espíritu deportivo contra el dinero, que es el gran villano del film. A ver, no es ingenuo que Koshe Plostenko (el villano con el que divierte y se divierte Carlos Kaspar) lea La Nación, que el dinero que se vea durante toda la película sean dólares o que en las peleas ilegales que se organizan para intentar destruir el espíritu de la lucha oficial (¿¡!?) el público esté representado por una clase alta empresarial, vieja, decadente, con mucho olor a menemismo tardío, muy parecido al espectador que mira Telefé, el canal que produce el film. Puede que todas estas cosas hayan sido involuntarias o sean delirios de quien firma, pero están ahí, alguien las puso para ser observadas.

Lo que sí no es dislate es que los héroes detrás de tanta expuesta masa muscular en calzas, son una mujer y un pibe. Su inteligencia y su fe -y la arbitrariedad del guión- los coloca como los verdaderos titanes de 100 % lucha, la película. Eso es algo hermoso y queda claro que sólo estas películas ridículas y chatarreras se animan a semejante cosa. Es que 100 % lucha será todo lo que quieran de horrible, mal filmada y actuada, pero tiene una honestidad y una nobleza a prueba de balas. Adoptando esa construcción autoconciente, que asimila el ridículo y lo decodifica graciosamente, los ecos del espíritu juguetón de Osvaldo Príncipi hicieron posible que el cine nacional tenga su película de culto para ver en patota.

6 puntos

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