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La desconocida

El filo de la otra mejilla

Por Cristian A. Mangini

Extraña obra esta última película de Giuseppe Tornatore. El director italiano siempre se caracterizó por realizar elaborados film donde los sentimientos avanzan en tramas clásicas, alcanzando picos de una belleza poética inapelables en sus mejores narraciones o una innecesaria sensiblería en las peores. Quienes busquen en La desconocida algún rasgo de Cinema Paraiso o La leyenda del 1900 probablemente se sientan decepcionados: aquí estamos en el terreno del thriller psicológico -es discutible, especialmente por el último tramo de la película, pero ese es su género-, y la crudeza que alcanza en ciertos segmentos es difícil de digerir sin sentirse, al menos, conmovido. Desafortunadamente no deja de ser una buena película que podría haber sido sobresaliente de no tornarse en un melodrama en ciertos segmentos, o sobreexplicar el origen de la historia que da cuerpo al film.

El largometraje es un thriller sólido que se inicia con la mirada vacía de la protagonista mientras en montaje paralelo vemos cómo es seleccionada cómo mercancía por su cuerpo. Hay un detalle intenso en esta escena inicial: la fuerza retórica del sonido acompaña a las imágenes con un tono particular que es rasgo característico del film. Por un lado los cuerpos desnudos de las prostitutas permanecen en un silencio sepulcral mientras una voz fría en off las selecciona de acuerdo a sus “atributos” y, por el otro está la mirada vacía de Irena (Kseniya Rappoport) llegando a su próximo destino, mientras el leitmotiv de cuerdas la acompaña. Notable yuxtaposición de tiempos que revela los detalles centrales de la película, demostrando el excelente trabajo de edición que se realizó en varias de las secuencias.

Visualmente es un film clásico de suspenso. Atmosférico, con fuertes contrastes entre los flashbacks y el presente, siendo lo más osado la brusca yuxtaposición de los tiempos del film para intensificar el estado de shock de la protagonista ante las violentas remembranzas que la acechan. La edición visual elabora momentos de un virtuosismo ejemplar a partir de secuencias de planos cortos altamente simbólicos: un buen ejemplo puede citarse cuando Irena se agacha para besar maternalmente a Tea Adacher (Clara Dossena) e inmediatamente el plano se corta y la vemos revolviendo los papeles de adopción de la niña. Este ejemplo de montaje se resignifica una vez se ha visto completamente el film.

Durante el metraje también se destaca la banda sonora, siempre contundente, de Ennio Morricone, siendo de una belleza melancólica en los momentos dramáticos y con un efectivo empleo de las cuerdas para generar suspenso al elaborar segmentos de significativa tensión. Es de destacar la secuencia en que la protagonista se interna en la casa de los Adacher de manera clandestina, ya que cuando observa los objetos cada uno le remite diferentes sensaciones que la cadencia de las notas acompaña según la sensación que le produce (desde el vértigo hasta el pánico). Las actuaciones del elenco son irregulares, siendo destacable por encima del resto la figura de Rappoport, quien lleva su protagonismo a través de diferentes matices dramáticos que la película exige. El aporte de Claudia Gerini en su papel de la neurótica Valeria Adacher o la crueldad imponente del personaje de Michele Placido, así como la inocencia de la joven Clara Dossena son otros puntos remarcables para la película.

Como ya se mencionó la película tiene como defecto el ingreso en el melodrama, particularmente sobre el desenlace y el final -con una elipsis un tanto inútil- , cuando la narración escapa del registro de thriller psicológico que Tornatore había sabido manejar tan bien. Además es en este momento del film que el personaje enigmático de Irena aparece explicado de tal manera que se vacía el significado original del mismo. Sin embargo esto no quita la reflexión explicita sobre la violencia, transformada en tensión sexual (o, mas bien, su exaltación más violenta) o maltrato infantil, demostrando que, a veces, lo que no nos mata nos fortalece a través de secuencias que no dejan de ser shockeantes y de una profundidad psicológica asombrosa (particularmente las compartidas entre Irena y Tea). Por demás la película ahonda en un tópico ya explorado con mayor crudeza por Cronenberg en Promesas del Este y refiere al maltrato y la trata de blancas provenientes de los países de la ex URSS en busca de un “mejor horizonte” en el resto del continente europeo. No deja de ser una propuesta atractiva pero empleada esta vez con el motivo de contar la historia desde un punto de vista encadenado a la subjetividad de la protagonista, sin que eso afecte a una trama atractiva y bien lograda.

7 puntos

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